Editorial: Alfaguara. Madrid, 2001
El lector que disfruta plenamente de la lectura tiene que tener la sensibilidad necesaria que le capacite para captar lo que el autor sugiere, comprender lo que el autor intenta o ver el juego que el autor se trae. Esta es la primera condición en la construcción de un buen lector y a su vez es la frontera entre una lectura corriente y una lectura trascendente.
Una segunda premisa, propia ya de un buen lector es que sea capaz de transformar la lectura en experiencia personal; es decir que mediante la ficción profundice en la realidad y que mediante el contacto con la realidad explore y recree las posibilidades de la ficción. No me refiero, por tanto, a la habilidad lectora como hecho mecánico y rutinario que todo alumno de Primaria debe adquirir a una determinada edad; sino que estoy hablando de una forma de acercarse al libro y a la lectura y de una manera de mirar el mundo y de estar en él. Porque esas capacidades que ayudan a despertar la sensibilidad literaria también se pueden desarrollar. La verdadera lectura es un arte que se puede aprender, incluso a edades tempranas. Lola Casas nos lo demuestra con el libro que aquí presentamos.
Dos requisitos imprescindibles se me ocurren para animar a la lectura y mejorar las citadas habilidades intelectuales. Uno, es utilizar textos de alta calidad literaria, el otro es que el animador esté convencido, que trasmita emoción y que contagie entusiasmo. Pues bien, creo que ambas condiciones confluyen felizmente en este libro. Con respecto al primero, no vamos a añadir a estas alturas nada nuevo acerca de la idoneidad de los textos de Roald Dahl. El segundo también está suficientemente probado; es sabido que Lola Casas tiene un gran conocimiento de la obra del autor inglés, posee una experimentada trayectoria en animación lectora, y exhibe una gran capacidad creativa y de recursos para establecer situaciones y proponer sugerencias a partir de la lectura de un texto. Como Pennac, Lola Casas reclama un espacio cotidiano en el programa para que el profesor haga una lectura en voz alta; una lectura sentida, dramatizada, convincente; una lectura viva.
A partir de aquí, y tras hablarnos de la privilegiada relación que la autora y sus alumnos mantuvieron con el propio Roald Dahl, el libro va presentando los diversos títulos del escritor inglés en otros tantos capítulos; cada uno contempla los siguiente apartados: ficha bibliográfica, edad recomendada (diferenciando si va a ser leído por el alumno o escuchando al profesor, en cuyo caso la edad es más temprana), temas sobre los que se va a poder trabajar en clase, sinopsis de su contenido, comentario del propio libro en el que se recogen también otras opiniones y experiencias fruto de intercambios y congresos de literatura infantil, y actividades en torno a su lectura. Lógicamente éste de las actividades es el apartado más amplio, el más sugerente y la verdadera razón de ser del libro en cuestión. Cada capítulo se cierra con una bibliografía de todos los libros cuyas referencias han ido saliendo por tener algún punto en común con lo que se está leyendo y con una filmografía que sigue el mismo criterio.
Títulos como Agu Trot, Las Brujas, Los cretinos, Danny el campeón del mundo, El Superzorro, La medicina de Jorge, Matilda, etc. van desplegándose ante nosotros y ofreciéndonos una rica gama de posibilidades recreativas, interpretativas y plásticas.
Lola Casas nos habla de las actividades que ella lleva acabo en el aula y de sus resultados. Actividades que enriquecen la lectura y que fomentan la escritura como juego de imitación; pero también como necesidad de expresar en palabras nuestros propios pensamientos y emociones. Actividades que a veces conectan con los "conocimientos del programa", pero que nunca se utilizan como pretexto para aprender dichos conocimientos, sino que a veces son éstos los que se convierten en pretexto para enriquecer los textos literarios y prolongar el goce de la lectura. Otras actividades van dirigidas a revitalizar los sentidos, para sentir más ampliamente con la lectura y consentir que el autor nos acaricie con nuevas sensaciones: experiencias gastronómicas, musicales, de exploración científicas, etc.
En fin todas ellas son actividades que buscan hacer a los alumnos protagonistas de los libros que están leyendo, que les ayudan a penetrar en los personajes, a vivir las situaciones narradas y a enriquecer sus experiencias vitales.
Por eso desde estas actividades se contribuye a mejorar la calidad lectora y se ponen las bases de ese arte que llamamos leer. Y por eso hablábamos al principio de la feliz coincidencia de escritor y autora en este libro. Porque Roald Dahl es un maestro en proporcionar situaciones y oportunidades que propician estos efectos y porque Lola Casas es una maestra en explotarlas didácticamente con ricas y atractivas sugerencias.
(PM) Publicado en Peonza nº 72
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