CALIDAD LECTORA
a.) Leer bien para estudiar mejor. Leer bien para ser lector Es de sobra conocido, que el grado de aprendizaje de los alumnos está en función de la calidad y cantidad de experiencias y conocimientos previos; sin olvidar tampoco que la eficacia en la recuperación de información desde la memoria depende en gran medida de cómo se haya almacenado.
De ahí la importancia en el tipo de lectura que hacemos, de la calidad lectora conseguida. La clave está, nuevamente, en la adquisición de la verdadera lectura comprensiva.
Para conseguirla el alumno debe ir elaborando nuevos conocimientos, sus esquemas mentales deben ir enriqueciéndose y su estructura cognitiva se reconstruyéndose incansablemente.
Siempre que introducimos nuevos datos obligamos a reorganizar las redes de asociaciones colocando la nueva información en el lugar que le corresponde dentro de la nueva reestructuración. Cuando hay necesidad de recuperar esa información se podrá utilizar la estructura reticular para llegar mediante asociaciones hasta donde se encuentra lo que queremos buscar. Por eso se sabe lo que se recuerda.
La lectura comprensiva supone la adquisición de una habilidad intelectual para captar el sentido de las frases, concediendo a las palabras la acepción dada por el autor.
También debe ir aparejada a la lectura la capacidad intelectual de 1.) separar inmediata y mentalmente las ideas fundamentales de las secundarios y 2.) distinguir las afirmaciones verdaderas de las objetivamente discutibles o subjetivamente opinables.
En síntesis una lectura comprensiva ha de implicar al mismo tiempo
· una percepción, ................ Decodificación
· una comprensión, ................ Captar el sentido de las frases
· una aceptación crítica, ........ Distinguir lo objetivo de lo discutible
· una clasificación jerárquica,.. Ideas principales y secundarias
· una retención y ................... Reestructuración constructivista
· una interrogación del texto.... Avance de hipótesis
Todo ello exige un grado de profundización importante que solo mediante una atención dinámica y activa se puede conseguir.
En consecuencia los malos hábitos derivados de una deficiencia en el mantenimiento continuado de la atención repercutirán en la comprensión lectora. Sin embargo esta capacidad es capital para lograr procesos de abstracción más complejos.
Atendiendo a este análisis vemos que se impone una renovada valoración de la actividad de leer. El académico Gregorio Salvador afirma que el analfabetismo funcional es más elevado proporcionalmente en el presente que en el pasado, extendiendo esta figura hasta los niveles universitarios. Si de la actividad lectora no se deriva la reflexión, la interrogación, la maduración o el crecimiento personal, estamos ante una lectura simple, devaluada.
La práctica continua y exclusiva de esta forma de leer acarreará inevitablemente una cierta decadencia intelectual. Y es que, como se desprende de lo que venimos diciendo, la mediocridad en la lectura no está en función de la cantidad de libros que se leen, sino del tipo de libros y de la forma en que son leídos.
De las anteriores consideraciones se desprende una conclusión: creo necesario propiciar momentos entre la etapa infantil y la adolescente en que se vaya presentando la lectura como algo más que un mero y frívolo entretenimiento. Desde la perspectiva infantil, la vida es vista como algo sencillo, hecho de gozo, rutina y algunas lágrimas. La lectura puede haber cumplido una importante función en esa conformación vital de la existencia. Sin embargo, cuando el niño se asoma a la adolescencia comienza a abandonar el estado permanentemente lúdico que ha presidido su etapa anterior. Si la lectura ha podido cumplir su función en esa etapa, se corre el riesgo de que se asocie aquélla a ese papel exclusivamente lúdico que configuró su infancia, pero que, ahora, necesita ir dejando atrás.
Así pues, el adolescente debe superar determinada concepción trivial de la lectura que puede haber recibido en la infancia. Por eso considero que ha llegado el momento de presentarle ésta como una actividad que tiene otras funciones y connotaciones según el grado de madurez.
Ese aprendiz de adulto debe ir asumiendo que la lectura no es sólo un pasatiempo divertido sino que apunta a un tipo de cultura que implica una especial manera de ser y de estar en el mundo. También se trata de desarrollar la idea de que dicha cultura no tiene que ir asociada necesariamente a algo gozoso e inmediato. El placer intelectual no se alimenta de ingenuidad o alegría superficial. En “El mundo feliz” de Huxley se utiliza el placer para dominar al hombre, para controlarlo y deshumanizarlo. Es allí donde podemos observar cómo mediante procedimientos sofisticados y condicionamientos programados se mantiene al individuo contento desde la cuna. El escritor británico nos muestra un mundo en el que no hay lugar para la tristeza ni para la pasión.
Desterremos pues la idea de que la lectura es un entretenimiento. Tal banalización iguala a los lectores por abajo, impide el progreso de la lectura y termina degradando el concepto mismo del acto de leer.
Por eso defiendo la necesidad de mantener un nivel de exigencia estética e intelectual para afrontar una obra literaria. “Leer sin reflexionar es como comer sin digerir” sentenció Bacon.
1.- La experiencia y la lectura: la lectura como experiencia
Un libro ligero, banal, simple, demanda una lectura frívola, y conforma una manera de leer ligera, superficial. Los buenos textos no se dejan leer así. Son libros que exigen una determinada actitud lectora, que imponen otra forma de leer, que se resisten a ser utilizados como algo de usar y tirar. Esos son los libros que contribuyen a mejorar la calidad lectora y en definitiva a formar un nuevo tipo de lector.
"La observación del tipo de lectura que demanda un determinado libro es un excelente indicador para juzgar la calidad de la obra que se está leyendo", dijo C.S.Lewis.
Y por deducción la mediocridad en la lectura no está en función de la cantidad de libros que se leen, sino del tipo de libros y de la forma en que son leídos.
2.- El Arte de leer
Y puesto que la iniciación a la lectura de ficción ha dejado de pertenecer al ámbito de lo doméstico correspondiendo sobre todo al profesor iniciar a los jóvenes en sus secretos, esta enseñanza debe ser concebida más como UN ARTE que como una SIMPLE DESTREZA. Por eso es importante la cuidada selección de los textos, su adecuación a cada grupo y su presentación óptima para facilitar un análisis mucho más sentimental y estético que gramatical, dirigido a despertar el interés profundo de los iniciados.
El fomento de la lectura debe afrontarse como si se tratara de una sabiduría peculiar, de un grado superior a la simple actitud lectora.
Así pues debemos partir de que estamos ante un ARTE cuya práctica ha de ser la base para
· despertar la curiosidad por conocer,
· cultivar la pasión por disfrutar,
· desarrollar el gusto por reflexionar,
· impulsar el deseo de saber y
· esclarecer la conciencia de vivir.
Por todo esto es importante escoger los libros que hay que leer, buscando aquellos que mejor pueden aumentar nuestra propia fuerza y evitar aquellos que la debilitan o la embotan.
Uno de los objetivos de enseñar a leer bien es fomentar y fortalecer un criterio de elección propio.
En efecto, es una cuestión de criterio; contradiciendo el refrán, sobre gustos hay mucho escrito,... pero no leído, podríamos añadir. José María Guelbenzu llamaba la atención en un artículo (El País 6/2/04) sobre la confusión en la que a menudo se caía al utilizar los términos opinión y criterio.
Opinión, nos dice, tiene cualquiera, pero si no se funda en una sólido criterio es una inconsecuencia. El criterio en cambio se adquiere por el estudio, la madurez, la experiencia.
Por tanto no todas las opiniones son igual de válidas; el lema "un hombre, un voto" solo vale para eso, para votar, pero no vale para tener razón, o para tener más razón.
Creo que debemos de fomentar un tipo de lector con un criterio sólido, bien fundamentado, que le empuje la curiosidad de saber, no la necesidad de saber que pasó.
Debemos impulsar un lector de sentido, no de anécdotas. (J.Mª Guelbenzu). Un lector que no reconstruya los textos sino que los recree, que se convierta en el personaje principal de toda novela, que imbuido de entusiasmo proselitice.
Y para conseguir esto debemos cultivar una especial forma de atención, de desarrollar la capacidad de escuchar, en definitiva de fomentar una actitud.
Porque formar un lector supone multiplicar sus perspectivas, afinar sus sentidos. Es enseñar a ver una realidad con múltiples perfiles, lejos de esa óptica simple, esa realidad plana, sin contradicciones ni enigmas.
Por eso no vale cualquier libro ni cualquier texto, ni sirve cualquier actitud ni cualquier forma de leer.
3.- Mejorar la capacidad lectora, favorecer la actitud positiva ante la misma.
Suele considerarse comúnmente que las etapas Infantil y Primaria deben cultivar el gusto por las materias, las disciplinas académicas (en nuestro caso la lectura) mientras que la Secundaria debe educarlo y formarlo, pero sin destruir ese gusto o afición si ya lo traía.
El proceso de enseñanza/aprendizaje de la lectura es largo, y no puede culminar en la Etapa de Primaria. Cuanto más tiempo se la atienda mejor aseguraremos su nivel y cimentaremos su hábito. El buen lector, pues, se hace leyendo buenos textos.
Pero no nos engañemos, una lectura sin esfuerzo sólo podrá hacerse si éste se ha realizado previamente, porque aprender a leer bien requiere esfuerzo, tiempo, dedicación, concentración, hábito.
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