Autor: Mark Stevenson
Traductor: Vicente Campos
Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011. 18,90 €
Planteamiento
¿Conseguirá el hombre frenar el
envejecimiento? ¿Se podrán cultivar órganos vitales dentro de nuestro propio
cuerpo? ¿Nos fusionaremos con las máquinas? ¿Existen ya soluciones tecnológicas
eficaces para combatir el cambio climático? ¿Habrá hoteles en el espacio dentro
de los próximos 15 años? Estas y otras preguntas se intentan responder en este
libro que el autor redacta tras visitar a
los más prestigiosos científicos, investigadores, ingenieros e inventores de
todo el mundo; los entrevista en sus propios laboratorios, naves industriales o
campos de trabajo, lugares desde Estados Unidos hasta Australia, donde se está “cocinando” el futuro.
El objetivo de este periplo era averiguar
hasta qué punto los avances de la ciencia iban a alargar y mejorar la calidad de la vida del
ser humano así como resolver los principales retos a los que se enfrentará la
Humanidad. El lector tiene así la oportunidad de entrar en contacto con los
últimos y más complejos avances en áreas como la biotecnología, la
nanotecnología, la genética, la medicina o la robótica, claves todas ellas para
entender los cambios que se avecinan.
Lo que para Alvin Toffler en los
setenta era El shock del futuro se convierte para Mark Stevenson cuarenta años
después en el show del futuro a
juzgar por las posibilidades que numerosos institutos científicos y
laboratorios ofrecen en firme o prometen en breve. Y es que como dice William Gibson “El futuro ya está aquí. Lo
que pasa es que todavía no se ha distribuido bien”; en parte esta es la tesis
que asume nuestro autor. Veamos algunos ejemplos:
Ejemplo 1. La primera secuencia
de genoma humano completa de Craig Venter se realizó en 1999 y costó cien
millones de dólares; a mediados de 2010 una empresa (Knomo) cobraba diez mil
por hacer lo mismo; en 2011 había diez empresas que estaban compitiendo por
hacerlo por no más de diez mil dólares. Ya se empieza a hablar del genoma de un
individuo por cien dólares. La importancia de esta información sobre la
biología de una persona, de su predisposición a ciertas enfermedades y de la
mejor forma de prevenirlas, será vital dentro de unos pocos lustros en manos de
su médico. Es decir, que los avances en nuestra biología están al borde de
moverse a la velocidad de cambio que estamos acostumbrados a ver en la
tecnología digital.
Ejemplo 2: El cerebro humano
consigue un rendimiento equiparable a cien billones de instrucciones por
segundo. En la década de los setenta IBM presentó un ordenador que podía llevar a cabo un millón de
instrucciones por segundo (una millonésima parte del cerebro). En 2011 Intel
sacó un procesador ciento cuarenta mil veces más rápido (una séptima parte del
cerebro). Es muy posible que a finales de esta década el portátil que tengamos
logre la misma velocidad computacional que el cerebro humano. Si continúa la tendencia exponencial habrá
algún dispositivo que tenga más potencia de procesado que todos los cerebros
humanos juntos. Alguien ha situado ese momento a mediados de este siglo.
Ejemplo 3. La nanofábrica
programable que contempla la posibilidad de sus autorréplicas proyecta una realidad
futura espectacular, pasmosa. Pensemos en una fábrica no que fabrica productos,
sino que produce fábricas y que a su vez cada una de éstas puede seguir
produciendo más fábricas o productos si se desea. Nanofábricas que harán
productos como si fueran fotocopiadoras pero en tres dimensiones; y que también
se podrán reproducir a sí mismas. La reducción de costes será espectacular. Parece
ficción, pero es ciencia.
Ejemplo 4: En el interior
australiano se está trabajando con un sistema agrícola que está rejuveneciendo
la biodiversidad a la vez que aumentan los beneficios de las granjas; y
mientras tanto captura de la atmósfera CO2 y lo fija en el suelo. En casi todo
tipo de suelo, si se aumenta la materia orgánica (hierbas) un 1 por ciento a
una profundidad de treinta centímetros (raíces), se secuestran aproximadamente
cien toneladas de CO2 por hectárea capturadas a la atmósfera. La FAO calcula
que hay 3500 millones de hectáreas de pastos agrícolas en nuestro planeta. Si
pudiéramos aumentar la materia orgánica en ellas en un 1 por ciento se
compensarían doce años de emisiones de CO2 en el mundo entero.
Desde un visión más global el
libro muestra, entre otros avances, la capacidad para ralentizar los tiempos de
la muerte mediante el control del código de la vida misma; máquinas que sienten
y piensan; la manipulación de la materia con precisión molecular; la
programación de células; la precisión de que Internet solo está en sus primeros
pasos; la investigación con robots sentientes; la fusión del ser humano y la
máquina; la fabricación de combustibles a partir del aire y la luz del sol; la
solución a la catástrofe climática y el dominio del clima, etc. Estas serían
experiencias que ya están teniendo lugar. En síntesis el libro avista
revoluciones en comunicaciones, medicina, biología, robótica, nanotecnología y
producción de energía que podrían cambiarlo todo.
Pero el autor llama la atención
al lector de que lo que expone es una diminuta fracción de innovaciones que
todavía no podemos imaginar. Sin embargo, este ramillete de entrevistas son
suficientes para abrir la mentalidad del lector hacia una
perspectiva distinta de la realidad. Una realidad que muestra que los cambios
tecnológicos y científicos están transformando la sociedad en la que estamos
viviendo mucho más de- prisa de lo que pensamos; por eso el autor sostiene que necesitamos
educar y vivir de una forma ligeramente distinta para poder formar parte de
estos cambios, que no es lo mismo que adaptarnos a ellos. Y uno de los aspectos
que él considera importante para empezar es el del cultivo del optimismo.
Optimismo
Porque hay razones para el
optimismo; eso es lo que transmiten los entrevistados y eso es lo que defiende
Mark Stevenson para quien ser optimista es un posicionamiento moral. “Es un
imperativo moral” llega a decir, “porque si no estamos preparados para imaginar
un mundo mejor, condenamos al mundo a ser peor”.
Se trataría pues de mantener la
esperanza y de cultivar la ilusión; desde el pesimismo o el escepticismo no hay
margen de mejora. Ver el vaso medio lleno es cuidar de que no se pierda lo que
hay, de que no se rompa el vaso o de contribuir a seguir llenándolo.
Por eso el autor propugna un
optimismo voluntarioso, pragmático, proactivo;
una actitud que huye de la desesperanza y del entreguismo; esa actitud del que
dice que las cosas pueden hacerse y se pone manos a la obra; o que las amenazas
pueden evitarse y también pone los medios para ello.
Coherente con este pensamiento
Mark Stevenson ha creado e impulsa por todo el mundo La Liga de los Optimistas Pragmáticos con la que se puede contactar
a través de su Web. Y dado que desde el optimismo se encuentra una motivación
para que lo que es posible se convierta en realidad, se concede así una
oportunidad al mundo para que sea mejor asumiendo que la suma de muchos
optimistas aumenta esa oportunidad. Porque el futuro está por decidir.
En 1986 una prospectiva europea
decía que “el pasado podemos conocerlo, pero no cambiarlo; por el contrario, el
futuro no podemos conocerlo, pero sí cambiarlo”.
Por eso siempre es positivo
incentivar nuevos sueños para la humanidad, mejorar la visión del mundo o
divulgar el hecho de que todos somos responsables del devenir; aunque unos más
que otros. Pero además, al creer en el futuro se mantiene un compromiso con las
generaciones posteriores y se acepta como obligación y como deseo su mejora. Es
una actitud responsable con el planeta y con la humanidad dentro de él. La
mente que se muestra deprimida en lo que respecta al futuro de la sociedad es
peligrosa para la sociedad del futuro.
En una situación límite en la que
estuviera en juego la supervivencia, la actitud optimista de quienes estuvieran
en tal trance sería fundamental para encararla e influir positivamente en el
resultado. Y es que el actor humano modifica la realidad con su actitud e
influye en su desarrollo tanto por acción como por omisión.
Incluso en el caso del diseño de
utopías positivas (que no es el caso), sería un ejercicio saludable para el
futuro del ser humano porque como dice Eduardo Galeano, sería una importante razón para caminar y para saber
hacia dónde.
Crítica
El estilo del libro que estamos
comentando es desenfadado, un poco farragoso a veces y con un alto grado de
densidad de contenido en otras, aunque no demasiadas; todo ello exige del
lector una gran concentración mental en algunos pasajes, pero le merecerá la
pena el esfuerzo porque aunque la comunicación no es lo mejor del libro, es
importante lo que comunica. Para aligerar la lectura el autor salpica de vez en
cuando su discurso con situaciones graciosas o alusiones chispeantes muy del
gusto del humor inglés.
No es exactamente un libro de
divulgación científica (no se detiene en la explicación prolija), sino un
avance de resultados y experiencias así como de la proyección futura de las
consecuencias tras la aplicación y generalización de las citadas experiencias. Por
eso en sus entrevistas con los diversos científicos un lector poco avezado se
puede perder en algunos párrafos, pero pronto se reencuentra con otras
reflexiones lúcidas y estimulantes
provenientes del científico en cuestión o del propio autor.
En definitiva estamos ante uno de
esos libros que no deja indiferente a quien lo lee; no hay razón más alta que
respalde su lectura. (PM)