En 1937 Erwin Schrödinger quiso traducir al lenguaje vulgar
lo que sucede en la mecánica cuántica según la cual una partícula puede
mantenerse en dos estados opuestos a la vez (o estar en dos lugares distintos a
la vez) hasta que interacciona con un observador; en ese instante la partícula
toma definitivamente una de las dos opciones.
Esa ambivalencia recibe el nombre
de superposición o desdoblamiento. El físico alemán ilustró esta tesis
con la famosa paradoja del gato de Schrödinger.
He aquí su formulación: La vida
de un gato encerrado en una caja negra en cuyo interior no podemos echar un
vistazo, depende de una partícula que emitirá un elemento radiactivo; dicha partíicula accionará un martillo que romperá un frasco con un gas letal para el felino.
Pero las posibilidades de emisión y de choque del martillo con el frasco solo
responden a una certeza estadística. Pues bien, en tales condiciones la mecánica cuántica
nos dice que el gato se encuentra simultáneamente en los dos estados, vivo y a
la vez muerto. Es la propiedad de superposición de las partículas. Cuando
el observador abre la caja interactúa, modifica la situación y desaparece una
de las dos opciones; en física se conoce como el colapso de longitud de onda. Ciertamente el ejemplo está traído por los pelos, pero las
leyes de la física microscópica son abrumadoras para nuestra visión de la
realidad. Y es que según la mecánica cuántica nada es real salvo si se
observa.
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