e.) El bosque no
deja ver los árboles
Pero
ese salto será imperceptible o incluso no será necesario por estar ya en la otra orilla cuando el
lector se topa con un clásico juvenil. Aquí está la verdadera piedra filosofal.
El peligro del auge comercial de la literatura juvenil estriba en que los
buenos libros corren el serio riesgo de no ser descubiertos. Varios escritores están llamando la atención
acerca de este fenómeno, como por ejemplo Roald Dahl. Estamos ante unas edades
en las que no nos podemos conformar con acostumbrar a los jóvenes a leer, sino
que debemos enseñarles a reconocer los buenos libros. No estamos en contra de
una oferta copiosa ya que consideramos que contribuye a aumentar el número de lectores.
Pero todos somos conscientes de que muchas obras que salen al mercado son
mediocres, oportunistas, que se apoyan en los hábitos del mercado consumista
(se consume lo que se promociona; se promociona lo que acaba de salir; el éxito
de ventas está en función de la promoción). Pero el bosque no debe impedir
apreciar la singularidad de algunos árboles. No sólo se trata de leer más, sino
de leer mejor sabiendo lo que se lee y eligiendo con sólido criterio lo que se
va a leer. No sólo debemos formar buenos lectores, sino que debemos conseguir
lectores de buena literatura.
f.) Del boom al canon también en
literatura infantil y juvenil Todo lo que antecede nos obliga a hacernos algunas
preguntas: ¿Cuánto hay de marketing en el "boom" de la literatura juvenil?
¿De qué manera influyen los profesores y "especialistas" en
literatura juvenil recomendando tal libro o tal autor en el éxito comercial de
algunos autores? Otras veces los profesores hemos visto cualidades didácticas,
valores ecológicos, de tolerancia, etc. en un libro y ese ha sido el móvil que
nos ha llevado a recomendarlo. Sin embargo, y por muy nobles que nos parezcan
estos motivos, si no hay más, ayudan poco a favorecer el gusto por la buena
literatura; nos estamos refiriendo a la manifestación artística que está
sustentada en valores poéticos y en criterios estéticos, siendo el uso del
lenguaje literario uno de los ejes primordiales; es ese estilo personal pleno de frescura, naturalidad y sencillez
aunque sin caer en la trivialidad.
Todo
ello nos obliga a abordar esta cuestión de los éxitos literarios con los
matices y las reservas necesarias: sin olvidar la responsabilidad que en ello
tenemos los profesionales implicados en este ámbito. Porque si aceptamos la
importancia que tiene la Escuela en la formación de lectores, debemos asumir
que también el tipo de libros o de autores que estos incipientes lectores
recrean son los que en parte nosotros promocionamos. Ahora bien ¿Qué criterios
seguimos los profesores cuando recomendamos libros? ¿Qué papel juega en estas
decisiones el precio, la colección, el diseño, la campaña de lanzamiento, o la
audaz distribución? ¿Y en qué lugar
queda ese espacio simbólico de la expresión y exploración de la condición
humana que llamamos verdaderamente Literatura?
Nada
de lo que decimos aquí es especialmente novedoso y especialistas con autoridad lo han señalado anteriormente; pero pensamos que es conveniente
volver reiteradamente sobre este aspecto para provocar una necesaria y
constante reflexión sobre el mismo, corregir algunos hábitos, replantearse
algunas prácticas y tratar de evitar algunos usos.
Y
para terminar, y como cerrando un bucle, volvamos a la idea inicial; aceptemos
pues, que es necesario mantener un concepto jerárquico de la literatura ya que a
fin de cuentas se trata de salvar aquellas obras universales que por serlo no
deben desaparecer; es un problema de supervivencia pero también de caducidad.
Es necesario que algunas desaparezcan, que muchas desaparezcan, para que otras
permanezcan al tiempo que se cede el puesto a nuevas propuestas y nuevos
ensayos que aspiran a la inmortalidad, verdadera vocación de toda obra
literaria. Este intento de medir lo
inconmensurable, de poner puertas al campo, es una garantía de la existencia
misma de la literatura. Para ello hay
que reivindicar la jerarquía estética, porque no todo vale, ni mucho menos vale
todo para siempre. Los valores estéticos no son meramente opinables. El reto
sigue ahí.
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