Autor: Leandro Sagristá
Editorial: Algar, Alzira, 2014. 9,50 €
Estamos en la España del Sexenio
revolucionario que se iniciaba en 1868. Con el destronamiento de Isabel II se
inauguró un período en el que se ensayaron diversas fórmulas democráticas;
primero fue un gobierno provisional que sacó adelante una constitución; le
siguió el asesinato de un jefe de gobierno y un breve reinado de Amadeo de
Saboya; tras su abdicación sobrevino otro breve período correspondiente a la
Primera República que herida por el cantonalismo permanecerá en coma tras el
golpe del general Pavía. Finalmente, con un nuevo pronunciamiento, el general
Martínez Campos restauró de nuevo la monarquía borbónica en la persona de
Alfonso XII. ¡Y todo esto ocurrió en
seis años!
Pues bien fue en los inicios del
citado período donde el autor sitúa la acción de la desaparición del manuscrito
de las Rimas de Bécquer. El ladrón se mezcló con la muchedumbre y
aprovechando el caos se introdujo en la mansión del ministro de la monarquía
destronada González Bravo y lo sustrajo.
A punto de ser editado se encontraba en dicho lugar por las buenas
relaciones del escritor con el poder oficial a quien servía como censor.
Si el poeta quería recuperar el
manuscrito tenía que afrontar un desafío intelectual según las condiciones de
la carta que el desconocido le había enviado. Sin embargo el escritor romántico
no atraviesa un buen momento anímico y carece de fuerzas para afrontar el reto.
La mediación de unos amigos pondrán a nuestros protagonistas, el detective
Federico Salinas y su joven e intrépido ayudante Gonzalo, sobre el caso.
Ya desde la nota inicial quedaba
claro que prestarse al juego del desafío intelectual que el anónimo personaje
proponía era el requisito imprescindible para recuperar el manuscrito. Poemas,
acrósticos, claves ocultas, juego de pistas,
retos intelectuales fueron las pruebas que como en una auténtica gymkhana
ambos detectives tuvieron que ir descifrando para no perder el hilo que les
llevara al manuscrito.
La relación entre los enigmas y
las narraciones becquerianas comenzó a ser cada vez más estrecha pudiéndose
referir las primeras a personajes, lugares, argumentos o fechas. Esto obligará
a nuestros protagonistas a viajar al Monasterio de Fitero, al Monte de las
Ánimas o a Sevilla. Y es que no era un vulgar delincuente quien había robado el
manuscrito, ni era dinero lo que buscaba; de hecho pertenecía a una familia
acomodada. Sus razones eran de otra índole que los sagaces investigadores
descubrirán.
La narración exhibe un ritmo
cinematográfico por lo que su lectura se hace ágil y cómoda.
(Publicado en Peonza Diciembre 2014)
(Publicado en Peonza Diciembre 2014)
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