Autor:
Yanis Varoufakis
Traductores:
Celia Recarey y Carlos Valdés
Editorial:
Capitan Swing, Madrid, 2012.
Cuando
Varoufakis escribía y publicaba este libro no había saltado al estrellato internacional como ministro de economía de Syriza
(2015), pero ya tenía experiencia en el campo político como asesor que había
sido de George Papandreu (2004-2006). Años después le criticará severamente por la deriva de su gobierno. Sin
embargo en el 2012 ya era reconocido
como un gran orador y agudo analista, que intervenía en medios de comunicación
como la BBC, la CNN, Sky News o Bloomberg TV. No me cuesta mucho imaginar el
papel de enfant terrible que debió de
jugar en estos medios.
Y
quiero suponer que es la misma actitud provocadora con la que explica en este
libro la evolución del capitalismo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La vigorosa metáfora que da nombre al ensayo es ya una declaración de
intenciones.
Como
es sabido, el mito griego del Minotauro se remonta a cuando el poderoso rey de
Creta, Minos que era hijo de Zeus y Europa, pidió a los dioses un toro para
sacrificarlo. Poseidón le concedió un soberbio animal tan magnífico que
prefirió quedarse con él y sacrificar otro toro más corriente. Poseidón se
vengó hechizando a la esposa de Minos y haciéndola sentir un incontrolable
deseo sexual por el animal. De tal unión monstruosa nació el Minotauro que se
alimentaba de carne humana y que el rey Minos hizo esconder en un laberinto
subterráneo. Tras una eventual derrota contra Atenas el rey Minos obligó a los
atenienses a proporcionar cada nueve años siete doncellas y siete varones para
alimentar al Minotauro.
Finalmente
el joven griego Teseo mató al Minotauro, Atenas se sacudió el yugo de la
hegemonía cretense y comenzó una nueva era para los atenienses.
Para
Varoufakis, Estados Unidos, como la antigua Creta,
sería esa potencia hegemónica que proyecta su poder a todas las áreas de
su influencia (guardiana de la paz en determinados países y vigilante de
seguridad de las rutas comerciales). La bestia que estaba en Estados Unidos era
el enorme déficit que seguía acumulando y en el que basaba la propia hegemonía
global. Y el tributo que afluía del resto de las áreas comerciales era los
enormes capitales que entraban para alimentar ese déficit bestial que los
estadounidense incrementaban intencionadamente. La herida de muerte del
Minotauro se la infligiría el derrumbe del sistema bancario.
Nuestro
autor sitúa en 1971 el comienzo de una decisión estratégica de los estadounidenses: en lugar de reducir los déficits
(el presupuestario y el comercial) deciden incrementarlos todavía más. Los
números rojo los pagarían el resto del mundo mediante las grandes oleadas de
capital que fluían incesantemente a Wall Street. Alemania, Japón y después
China, producían bienes en masa que la población estadounidense devoraba. Y el
70 % de los beneficios de estos países volaban a Wall Street, donde se transformaba
en acciones, préstamos y nuevos instrumentos financieros que iban calentando el
corazón de la bestia. El auge de la
codicia, la ingeniería financiera y el repliegue de los organismos reguladores,
hicieron que los productos tóxicos fueran penetrando todo el sistema.
A
continuación hace Varoufakis un análisis más personalizado de cómo se fue fraguando
el sistema que generó el Minotauro global.
Nos recuerda lo que ya decía Marx de que el capitalismo tiende a la
contradicción, produciendo al mismo tiempo que una enorme riqueza una pobreza
insoportable. Para muchos economistas, esta es la era más desigual de la
historia.
Sostiene
que el inicio de la integración europea, la CECA (Comunidad Económica del
Carbón y del Acero) fue una grandiosa idea americana ejecutada por sus altas
esferas diplomáticas, algo que en su momento denunció De Gaulle. De esta forma
Alemania tendría acceso a su propio espacio vital, el Mercado común europeo,
sin necesidad de más guerras.
En
la UE de los doce, Varoufakis distingue tres tipos de economías: países generadores
de excedentes (Alemania, Holanda, Bélgica flamenca, Austria y países
escandinavos), países inductores de déficit (Italia, Grecia, España y Portugal)
y Francia, que aunque fracasa en conseguir superávits, dispone de dos grandes
fortalezas, sus instituciones políticas y su sector bancario. La amenaza para
los países con superávit que necesitaban seguir vendiendo a los países
deficitarios, era las devaluaciones monetarias competitivas de estos últimos. Italia
y otros países los estaban utilizando
para limitar sus déficits comerciales con Alemania. Las élites de los
países deficitarios también salían perjudicadas con las devaluaciones. Tal
amenaza desapareció con la moneda única.
Pero
con la creación del Euro se generó un estancamiento en los países deficitarios
y en Francia que se vieron obligados a enfriar sus economías para bajar la
inflación al límite del 3 %. Por el contrario, Alemania alcanzó excedentes
excepcionales, con los que sus corporaciones internacionalizaron las
actividades en EEUU, China y el Este de Europa. Alemania se convirtió en el
simulacro europeo del Minotauro global. Era el precio que los rezagados y
Francia tenían que pagar por atar sus monedas
al marco alemán. A cambio tendrían préstamos más baratos con lo que
aumentaba el consumismo a base de deuda.
Con la crisis del 2008, el Minotauro muere,
China reafirma su protagonismo global, y Europa comienza a desintegrarse porque
su arquitectura no es lo bastante sólida para soportar la onda expansiva
provocada por los estertores mortales de la bestia.
El
diagnóstico es lúcido y las conclusiones de tal análisis son sombrías. Por el contrario, sus propuestas
son optimistas, luminosas, aunque sus
opciones de llevarse a cabo son muy escasas.
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