Autor:
Jorge Semprún
Editorial:
Tusquets, Barcelona, 1995.
Jorge
Semprún ha sido una de esas personas atravesadas por el siglo XX, marcadas a
sangre y fuego por la inhumanidad de este siglo tan salvajemente humano. Hijo
de un alto funcionario de la república española, siendo todavía adolescente, se
exiliará con su familia a París. Participó en la resistencia francesa contra
los nazis, siendo capturado a los veinte años y llevado al campo de
concentración de Buchenwald de donde fue liberado por las tropas americanas. Posteriormente
militó y llegó a formar parte del núcleo dirigente del Partido Comunista de
España en la clandestinidad. Sus posiciones críticas con respecto a la
evolución del comunismo estalinista le enfrentaron dialécticamente con algunos
de los dirigentes más veteranos del
exilio español. La consecuencia fue su fulminante expulsión del partido. A partir
de entonces ha compaginado su labor de guionista de cine con la de novelista. A
finales de los ochenta formó parte del gobierno socialista de España como
ministro de Cultura.
Si
todos somos hijos de nuestras circunstancias esta afirmación orteguiana se
torna dramática en el caso presente y con el libro que nos ocupa. En efecto,
Jorge Semprún se reconoce en los numerosos personajes que le ha tocado vivir o
sufrir haciendo de su escritura una forma de exorcismo contra la crueldad, la perversión
y la muerte. Este es el sentido de este libro en el que vuelve a las vivencias
del campo de concentración, de cómo no puede quedarse mucho tiempo en ellas,
como si necesitara salir de allí para respirar, y después prepararse para volver
a entrar en aquel doloroso rincón de su memoria que le atenazaba ferozmente a
la muerte.
Era
consciente de que había que contarlo, otros ya lo habían hecho. Pero ¿cómo contar
una historia increíble, cómo suscitar la imaginación de lo inimaginable? Los historiadores
contarán verdades, nos dice, pero faltará la verdad esencial de la experiencia;
esa solo es transmisible mediante la escritura literaria, mediante la obra de
arte. Y en este sentido él sabe que el único material del que dispone es el de
su muerte, su experiencia de la muerte, para poder expresar su vida. Sabe que tiene
que fabricar vida con tanta muerte, y la escritura es la mejor forma de conseguirlo.
Este
libro es heredero de una memoria cruel pero, desde esa constancia del horror, se atisba también la necesidad de proclamar la
dignidad regeneradora de la civilización, la cultura y el conocimiento.
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