Autor:
Jorge Semprún
Editorial:
Tusquets, Barcelona, 1995.

Si
todos somos hijos de nuestras circunstancias esta afirmación orteguiana se
torna dramática en el caso presente y con el libro que nos ocupa. En efecto,
Jorge Semprún se reconoce en los numerosos personajes que le ha tocado vivir o
sufrir haciendo de su escritura una forma de exorcismo contra la crueldad, la perversión
y la muerte. Este es el sentido de este libro en el que vuelve a las vivencias
del campo de concentración, de cómo no puede quedarse mucho tiempo en ellas,
como si necesitara salir de allí para respirar, y después prepararse para volver
a entrar en aquel doloroso rincón de su memoria que le atenazaba ferozmente a
la muerte.
Era
consciente de que había que contarlo, otros ya lo habían hecho. Pero ¿cómo contar
una historia increíble, cómo suscitar la imaginación de lo inimaginable? Los historiadores
contarán verdades, nos dice, pero faltará la verdad esencial de la experiencia;
esa solo es transmisible mediante la escritura literaria, mediante la obra de
arte. Y en este sentido él sabe que el único material del que dispone es el de
su muerte, su experiencia de la muerte, para poder expresar su vida. Sabe que tiene
que fabricar vida con tanta muerte, y la escritura es la mejor forma de conseguirlo.
Este
libro es heredero de una memoria cruel pero, desde esa constancia del horror, se atisba también la necesidad de proclamar la
dignidad regeneradora de la civilización, la cultura y el conocimiento.
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