martes, 3 de enero de 2017

Leer y saber. Los libros informativos para niños

Autora: Ana Garralón
Editorial: Tarambana Libros, Madrid, 2013

El misterio del hombre y del enigmático mundo que le rodea ha desatado en aquel una curiosidad innata que le empuja a explorar, inquirir e interrogarse en un afán constante de conseguir respuestas. Dicha búsqueda se traduce en la expresión artística, en el ensayo humanístico o en el descubrimiento científico, manifestaciones que responden a la citada curiosidad, al asombro o al desasosiego; se pretende con ello satisfacer la necesidad de explicar lo que pasa y lo que nos pasa, dónde estamos y qué somos. A tales inquietudes atienden en igual medida los libros de ficción y los de no ficción. 

Y puesto que operaciones como conocer, explorar o descubrir  están en la base de  las actividades e intereses de los niños, ambos tipos de libros son necesarios en la formación del lector. Además, los libros informativos son un formidable recurso para consolidar lectores competentes, activos y protagonistas de su época ya que entre sus nuevas necesidades estarán las de ser capaces de comprender, valorar y pronunciarse responsablemente sobre los retos y los riesgos que los avances científicos plantean a la sociedad. He aquí la filosofía que sustenta este libro cuyo contenido se distribuye en tres partes, más una documentada bibliografía.

En la primera se esgrimen las razones por las que se debe animar a los niños a leer libros informativos; de cómo pueden estos contribuir a construir su mundo lleno de preguntas o de la necesidad de su uso, precisamente ahora que todo puede hallarse en Internet.


En la segunda parte se disecciona este tipo de libros proponiendo algunas claves para evaluar los contenidos. Se nos advierte, para empezar, de que los libros de conocimientos funcionan de manera diferente a los de ficción al ser más complejos en su diseño y exigir su contenido otras estrategias de lectura. Se proporcionan pautas para valorar la diagramación, diseño, maquetación, solapas y contraportada en tanto en cuanto deben ser una incitación al lector, al tiempo que se contemplan otros apartados posibles como el glosario, la bibliografía, el sumario, los índices temáticos y los apéndices, cuyo conjunto conforma un auténtico mapa del libro que un buen lector debe saber interpretar.  

Con respecto a la exposición de contenidos, la autora sugiere verificar que se diferencian claramente las opiniones de los hechos, los comentarios de las informaciones, las ideas de las ocurrencias, en definitiva, lo importante de lo secundario. Profundiza así en aspectos como la forma de contar, la función de los elementos gráficos, la perspectiva desde la que se trata el tema, la intencionalidad, el enfoque, los niveles de lectura, la precisión-claridad-rigor, la progresión de la información o la eficacia de la comunicación. También el mediador debe sondear si el libro en cuestión satisface (o despierta) la curiosidad, trasmite pasión por el tema y consigue ambas cosas sin abusar del sensacionalismo. 


Otro capítulo interesante es el dedicado al gran repertorio de materiales gráficos: fotos, cuadros, esquemas, dibujos, mapas, reproducciones antiguas, cómics y recursos tridimensionales (ventanas, pop-up, transparencias y relieves). Todo ello hace que muchos libros inviten estéticamente a la lectura, pero la autora nos alerta de no dejarnos seducir por las imágenes o el activismo; y para ello aconseja preguntas como ¿qué función cumplen con respecto al texto? ¿Informan, apoyan, clarifican, complementan, divierten, decoran, distraen, perturban? 
Responsabilidad de los mediadores es aprovechar el indudable valor de la imagen pero también juzgar cuando su saturación, e incluso inoportunidad, rompe el discurso, dispersa la atención, elude la profundización y favorece el consumo visual; a ellos corresponde evaluar cuándo su abuso produce una lectura desarticulada “más cercana al zapping visual que a una lectura detenida”. Se alinea aquí Ana Garralón con la preocupación de otros autores contrarios al “nuevo concepto escripto-visual e iconográfico…reflejo de la sociedad de consumo… y delicioso banquete visual que únicamente nos empacha”.

La tercera parte se dedica a la labor de acompañar al lector en la comprensión de textos descriptivos, expositivos, acumulativos, problema/solución, comparación/contraste, causa/efecto o narrativos, así como al desgranamiento de unas pautas para usar estos libros en la familia, en el aula y en la biblioteca.
El rol del adulto es pues esencial, no solo para la comprensión de estos textos sino para seleccionar y difundir estos libros y ampliar los temas. Por ello el mediador debe ser entusiasta, estar motivado y funcionar como un modelo lector que crea “contextos para discutir  y compartir entre los niños y estimula la posibilidad de que los niños escriban sobre lo que leen”. 

Esta última parte se cierra con una batería de propuestas de animación a la lectura de libros informativos; se trata de actividades  para los tres momentos de la acción de leer, porque el desarrollo de un pensamiento crítico requiere “actuar antes, durante y después de la lectura para favorecer todos los procesos de comprensión del texto y ayudar a los lectores a familiarizarse con los libros y sus discursos”.

En definitiva, estamos ante una interesante y sugestiva reflexión sobre el libro de conocimientos, que supone a su vez una brújula para el animador de lectura en su empeño por la consolidación de un lector formado, maduro, competente, crítico y activo; un lector con criterio, que satisface inquietudes, alimenta la curiosidad por nuevos temas y disfruta con un autoaprendizaje permanente.  (Paciano Merino) Publicado en Peonza Nº 112, año 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario