Autora: Ana Garralón
Editorial: Tarambana Libros, Madrid, 2013
El misterio del hombre y del enigmático
mundo que le rodea ha desatado en aquel una curiosidad innata que le empuja a
explorar, inquirir e interrogarse en un afán constante de conseguir respuestas.
Dicha búsqueda se traduce en la expresión artística, en el ensayo humanístico o
en el descubrimiento científico, manifestaciones que responden a la citada
curiosidad, al asombro o al desasosiego; se pretende con ello satisfacer la
necesidad de explicar lo que pasa y lo que nos pasa, dónde
estamos y qué somos. A tales inquietudes atienden en igual medida los
libros de ficción y los de no ficción.
Y puesto que operaciones como conocer,
explorar o descubrir están en la base de
las actividades e intereses de los
niños, ambos tipos de libros son necesarios en la formación del lector. Además,
los libros informativos son un formidable recurso para consolidar lectores
competentes, activos y protagonistas de su época ya que entre sus nuevas
necesidades estarán las de ser capaces de comprender, valorar y pronunciarse
responsablemente sobre los retos y los riesgos que los avances científicos
plantean a la sociedad. He aquí la filosofía que sustenta este libro cuyo
contenido se distribuye en tres partes, más una documentada bibliografía.
En la primera se esgrimen las
razones por las que se debe animar a los niños a leer libros informativos; de
cómo pueden estos contribuir a construir su mundo lleno de preguntas o de la necesidad
de su uso, precisamente ahora que todo puede hallarse en Internet.
En la segunda parte se disecciona
este tipo de libros proponiendo algunas claves para evaluar los contenidos. Se
nos advierte, para empezar, de que los libros de conocimientos funcionan de manera
diferente a los de ficción al ser más complejos en su diseño y exigir su
contenido otras estrategias de lectura. Se proporcionan pautas para valorar la
diagramación, diseño, maquetación, solapas y contraportada en tanto en cuanto
deben ser una incitación al lector, al tiempo que se contemplan otros apartados
posibles como el glosario, la bibliografía, el sumario, los índices temáticos y
los apéndices, cuyo conjunto conforma un auténtico mapa del libro que un buen
lector debe saber interpretar.
Con respecto a la exposición de
contenidos, la autora sugiere verificar que se diferencian claramente las
opiniones de los hechos, los comentarios de las informaciones, las ideas de las
ocurrencias, en definitiva, lo importante de lo secundario. Profundiza así en
aspectos como la forma de contar, la función de los elementos gráficos, la
perspectiva desde la que se trata el tema, la intencionalidad, el enfoque, los niveles
de lectura, la precisión-claridad-rigor, la progresión de la información o la eficacia
de la comunicación. También el mediador debe sondear si el libro en cuestión satisface
(o despierta) la curiosidad, trasmite pasión por el tema y consigue ambas cosas
sin abusar del sensacionalismo.
Otro capítulo interesante es el
dedicado al gran repertorio de materiales gráficos: fotos, cuadros, esquemas,
dibujos, mapas, reproducciones antiguas, cómics y recursos tridimensionales
(ventanas, pop-up, transparencias y relieves). Todo ello hace que muchos libros
inviten estéticamente a la lectura, pero la autora nos alerta de no dejarnos seducir
por las imágenes o el activismo; y para ello aconseja preguntas como ¿qué
función cumplen con respecto al texto? ¿Informan, apoyan, clarifican, complementan,
divierten, decoran, distraen, perturban?
Responsabilidad de los mediadores es
aprovechar el indudable valor de la imagen pero también juzgar cuando su
saturación, e incluso inoportunidad, rompe el discurso, dispersa la atención,
elude la profundización y favorece el consumo visual; a ellos corresponde evaluar
cuándo su abuso produce una lectura desarticulada “más cercana al zapping
visual que a una lectura detenida”. Se alinea aquí Ana Garralón con la
preocupación de otros autores contrarios al “nuevo concepto escripto-visual
e iconográfico…reflejo de la sociedad de consumo… y delicioso banquete
visual que únicamente nos empacha”.
La tercera parte se dedica a la
labor de acompañar al lector en la comprensión de textos descriptivos,
expositivos, acumulativos, problema/solución, comparación/contraste,
causa/efecto o narrativos, así como al desgranamiento de unas pautas para usar
estos libros en la familia, en el aula y en la biblioteca.
El rol del adulto es pues esencial,
no solo para la comprensión de estos textos sino para seleccionar y difundir
estos libros y ampliar los temas. Por ello el mediador debe ser entusiasta,
estar motivado y funcionar como un modelo lector que crea “contextos para
discutir y compartir entre los niños y
estimula la posibilidad de que los niños escriban sobre lo que leen”.
Esta última parte se cierra con
una batería de propuestas de animación a la lectura de libros informativos; se
trata de actividades para los tres
momentos de la acción de leer, porque el desarrollo de un pensamiento crítico requiere
“actuar antes, durante y después de la lectura para favorecer todos los
procesos de comprensión del texto y ayudar a los lectores a familiarizarse con
los libros y sus discursos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario