Virtudes públicas
Autora: Victoria Camps
Editorial: Espasa Calpe, Madrid 1990
La autora reconocía ya en los años noventa la debilidad
de las ideologías y el asedio y control
de las sociedades occidentales por el liberalismo económico y político. Los años posteriores lo confirmarían
plenamente. Por eso este libro cobra plena actualidad, porque quizás no sepamos
con certeza hacia donde hay que ir (tras la caída de las utopías), pero sí
sabemos qué es lo que no nos gusta e incluso lo que no debe tolerarse.
Victoria Camps acude a la ética para ayudarnos en este nuevo
panorama, porque entiende que es función de aquélla enseñar a querer lo que
merece ser querido y educar los sentimientos para que se ajusten a los fines
que persigue la justicia.
Y como la ética no se mueve en el plano individual, no es concebible
sin contemplar la relación con “el otro”,
sus propuestas adquieren dimensiones públicas.
Entre las cualidades básicas que considera debe tener el
sujeto democrático según la ética que ella desgrana, destacan la solidaridad,
la responsabilidad y la tolerancia a los que dedica otros tantos capítulos.
También dedica importantes apartados a la profesionalidad
(“la única que es respetada”), a la educación como formación del carácter, a la mujer, a las identidades (culturales,
políticas) y un último capítulo a la corrupción de los sentimientos.
Frente al ciudadano que vive encerrado en su vida
privada, propone la autora una reflexión
sobre los valores (virtudes públicas) que deben mejorar la vida en
común. Valores que deben combatir la indiferencia, autocomplacencia y apatía
políticas; valores que deben hacer frente a las necesidades sociales de cooperación, de participación de
las decisiones públicas y de asunción de responsabilidad colectiva; y que deben dar respuesta a las desigualdades, injusticias y
marginalidad.
Concibe la
democracia como la búsqueda y satisfacción de necesidades e intereses comunes,
para lo cual cree que además de definirlos hay que establecer prioridades y construir un clima
de colaboración y cooperación. Entiende que las cualidades básicas del sujeto
democrático son la solidaridad, la responsabilidad y la tolerancia. Y añade, debe fomentarse el valor de la solidaridad, sentimiento cercano a la amistad, al efecto y a la comprensión, porque la sociedad es injusta y aunque es insuficiente para resolver las injusticias, es condición necesaria para la renuncia al egoísmo que es el desinterés por los otros.
Por último, y siguiendo a Habermas, mantiene que el origen y fundamento de la ética está en la comunicación humana, porque solo
a través del diálogo es lícito obtener acuerdos éticos, es decir racionales.
Pero tiene que ser un diálogo simétrico para que tengamos una democracia
perfecta porque el discurso político trata de cuestiones opinables; el problema está en si se deben considerar todas las opiniones del mismo valor, en si todos los ciudadanos están capacitados para emitir un juicio racional y válido sobre cualquier tema que tenga que abordar un sociedad avanzada.
Nada nuevo, pero nada más actual, ni más oportuno, ni más
cívico; y nada fácil de resolver.