martes, 18 de agosto de 2015

Virtudes públicas
Autora: Victoria Camps
Editorial: Espasa Calpe, Madrid 1990

La autora reconocía ya en los años noventa la debilidad de  las ideologías y el asedio y control de las sociedades occidentales por el liberalismo económico y político.  Los años posteriores lo confirmarían plenamente. Por eso este libro cobra plena actualidad, porque quizás no sepamos con certeza hacia donde hay que ir (tras la caída de las utopías), pero sí sabemos qué es lo que no nos gusta e incluso lo que no debe tolerarse.

Victoria Camps acude a la ética para ayudarnos en este nuevo panorama, porque entiende que es función de aquélla enseñar a querer lo que merece ser querido y educar los sentimientos para que se ajusten a los fines que persigue la justicia.
Y como la ética no se mueve en el plano individual, no es concebible sin contemplar  la relación con “el otro”, sus propuestas adquieren dimensiones públicas.
  
Entre las cualidades básicas que considera debe tener el sujeto democrático según la ética que ella desgrana, destacan la solidaridad, la responsabilidad y la tolerancia a los que dedica otros tantos capítulos.
También dedica importantes apartados a la profesionalidad (“la única que es respetada”), a la educación como formación del carácter, a la mujer, a las identidades (culturales, políticas) y un último capítulo a la corrupción de los sentimientos.

Frente al ciudadano que vive encerrado en su vida privada,  propone la autora una reflexión sobre los valores (virtudes públicas) que deben mejorar la vida en común. Valores que deben combatir la indiferencia, autocomplacencia y apatía políticas; valores que deben hacer frente a las necesidades sociales de cooperación, de participación de las decisiones públicas y de asunción de responsabilidad colectiva; y que deben dar respuesta a las desigualdades,  injusticias y marginalidad.  

Concibe la democracia como la búsqueda y satisfacción de necesidades e intereses comunes, para lo cual cree que además de definirlos hay que  establecer prioridades y construir un clima de colaboración y cooperación. Entiende que las cualidades básicas del sujeto democrático son la solidaridad, la responsabilidad y la  tolerancia. Y añade, debe  fomentarse el valor de la solidaridad, sentimiento cercano a la amistad, al efecto y a la comprensión, porque la sociedad es injusta y aunque es insuficiente para resolver las injusticias, es condición necesaria para la renuncia al egoísmo que es el desinterés por los otros.
 Por último, y siguiendo a Habermas, mantiene que el origen y fundamento de la ética está en la comunicación humana, porque solo a través del diálogo es lícito obtener acuerdos éticos, es decir racionales. Pero tiene que ser un diálogo simétrico para que tengamos una democracia perfecta porque el discurso político trata de cuestiones opinables; el problema está en si se deben considerar todas las opiniones del mismo valor, en si todos los ciudadanos están capacitados para emitir un juicio racional y válido sobre cualquier tema que tenga que abordar un sociedad avanzada. 


Nada nuevo, pero nada más actual, ni más oportuno, ni más cívico; y nada fácil de resolver.

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