El
fracaso de la lectura es el fracaso escolar
Después de lo que se ha dicho, es
indudable que si la escuela debe fomentar
y consolidar determinados hábitos intelectuales, uno de los de mayor
trascendencia para el futuro del alumno es el de la lectura. Es pues decisiva la elaboración de las
estrategias educativas encaminadas a la formación y fortalecimiento de dicho
hábito y su desarrollo en un tiempo largo. Dicha formación pasa por el
establecimiento de una atmósfera
placentera en torno al libro y esto implica la propuesta de un cierto concepto
de felicidad. La generación de hábitos lectores vendrá por la necesidad de
leer. Y este sentimiento es el que tenemos que despertar desde las actitudes
positivas que previamente hemos desarrollado. Ese placer íntimo que produce la
lectura es el deleite que el niño debe buscar cuando coja un libro.
Pero aun siendo éste el primer objetivo,
el niño empieza a ser consciente de que con la lectura se ensancha su horizonte
vivencial enriqueciéndose exponencialmente su mundo interior. Por otro lado va
aprendiendo destrezas (describir, comprender, clasificar, abstraer) que serán
la base de los aprendizajes escolares. Si no hay hábito lector cuesta más
estudiar; si falta agilidad y soltura, leer supondrá un esfuerzo, que se
sobreañadirá al que ya de por sí supone el comprender. En cierta manera podemos
afirmar que el fracaso escolar es el fracaso de la lectura; en la raíz de ambos fracasos estaría la
quiebra de la igualdad de oportunidades que la institución escolar pretende
atajar, porque no debemos olvidar el papel del entorno y el modelo familiar en
la conformación de estos hábitos.
Aquellos
malos libros que tanto bien nos hicieron
Sin embargo es bien sabido que la conducta
humana no responde a un modelo uniforme, ni podemos aspirar a que los
resultados tengan la lógica del laboratorio o la predecibilidad de la máquina,
afortunadamente. Por el contrario, en el comportamiento humano hay una
componente original y autónoma que depende del estado interno y que a su vez se
va modificando con las entradas o estímulos exteriores; en efecto, el estado
interno de cada niño es distinto, va variando con la experiencia y la
experiencia es distinta en cada niño. Sabemos que nuestra intervención exterior
puede producir cambios (influencias o perturbaciones) pero nada puede ser
determinado ni completamente predecible.
No podemos aplicar una simple interpretación causa‑efecto de manera tan lineal.
Nada pues de lo que se ha dicho aquí
pretende acotar en exclusiva los caminos que conducen a la lectura, ni podemos
asegurar que éstos lleven siempre al objetivo deseado con todos los niños y
niñas.
Qué decir, por ejemplo de esa generación
de lectores que se aficionó con autores hoy casi innombrables (Carlos de
Santander, Marcial Lafuente Estefanía,...) o ignorados, cuando no maltratados
por la crítica (Enid Blyton, J.L. Martín Vigil,...). Libros que durante un
tiempo hicieron de salvavidas de muchos lectores hasta desembarcar en buen
puerto. Libros que encendieron y mantuvieron viva la llama de la lectura a
falta de otra cosa más interesante y accesible.
Tantos lectores que se formaron a
pesar de la escuela y de las propuestas de ésta. Y es que al final, y como ya hemos dicho, en
el tema de los hábitos de lectura y en el tipo de libros más adecuados para
fomentarlo nadie tiene la última palabra ni hay fórmulas precisas para su
aplicación. Quizás sea mejor así. (Publicado
en Peonza nº 40, Mayo, 1987)
No hay comentarios:
Publicar un comentario