El
fracaso de la lectura es el fracaso escolar

Pero aun siendo éste el primer objetivo,
el niño empieza a ser consciente de que con la lectura se ensancha su horizonte
vivencial enriqueciéndose exponencialmente su mundo interior. Por otro lado va
aprendiendo destrezas (describir, comprender, clasificar, abstraer) que serán
la base de los aprendizajes escolares. Si no hay hábito lector cuesta más
estudiar; si falta agilidad y soltura, leer supondrá un esfuerzo, que se
sobreañadirá al que ya de por sí supone el comprender. En cierta manera podemos
afirmar que el fracaso escolar es el fracaso de la lectura; en la raíz de ambos fracasos estaría la
quiebra de la igualdad de oportunidades que la institución escolar pretende
atajar, porque no debemos olvidar el papel del entorno y el modelo familiar en
la conformación de estos hábitos.
Aquellos
malos libros que tanto bien nos hicieron
Sin embargo es bien sabido que la conducta
humana no responde a un modelo uniforme, ni podemos aspirar a que los
resultados tengan la lógica del laboratorio o la predecibilidad de la máquina,
afortunadamente. Por el contrario, en el comportamiento humano hay una
componente original y autónoma que depende del estado interno y que a su vez se
va modificando con las entradas o estímulos exteriores; en efecto, el estado
interno de cada niño es distinto, va variando con la experiencia y la
experiencia es distinta en cada niño. Sabemos que nuestra intervención exterior
puede producir cambios (influencias o perturbaciones) pero nada puede ser
determinado ni completamente predecible.
No podemos aplicar una simple interpretación causa‑efecto de manera tan lineal.
Nada pues de lo que se ha dicho aquí
pretende acotar en exclusiva los caminos que conducen a la lectura, ni podemos
asegurar que éstos lleven siempre al objetivo deseado con todos los niños y
niñas.
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