Autor:
John Fowles
Traductora:
Pilar Adón
Editorial:
Impedimenta, Madrid, 2015. 16 €
El
presente ensayo fue publicado por primera vez en 1979, aunque no ha perdido
vigencia. El novelista británico que lo firma arremete contra las ideas y prácticas
que cultivan, podan y controlan los
árboles de los jardines traseros de las
casas familiares, como lo vivió él mismo en su infancia. Y frente a ese conjunto
artificial de plantas modificadas por el hombre, nuestro autor contrapone el bosque
natural, no humanizado, salvaje en su frondosidad y con toda la vida bullendo
dentro.
En
este mismo sentido critica el afán del hombre occidental por aislar, describir,
analizar, dividir y clasificar lo que nos rodea, que es lo que hace la ciencia.
Él cree que de esta forma crece el desapego emocional e intelectual del propio
espacio natural, se nos condiciona y se nos impide ver la naturaleza globalmente,
aprehenderla en su conjunto y disfrutarla existencialmente. Parecería así
compartir la idea vertida por Keats de
que la ciencia se opone al arte. Como es
sabido, para el poeta romántico John Keats, Newton destruyó la poesía del arco
iris al reducirlo a una mera descomposición de la luz reflejada por un prisma
transparente. Fowles no llega a ese
extremo; lo que busca es impulsar una reflexión más profunda sobre el modo de
vida que nos aleja artificialmente de la naturaleza sustrayéndonos así a la
posibilidad de experimentar el latido de la naturaleza, ese sentido íntimo que
apela a nuestro sentimiento interior.
Reivindica
así el mantenimiento de la capacidad humana para el asombro, la emoción y la belleza para conocer, experimentar
y disfrutar de la naturaleza y hacer de esta vivencia un arte en sí mismo.
Rescata
también el sentido metafórico del bosque, como el escenario de héroes, doncellas,
dragones y castillos misteriosos; alude a la valoración moral medieval por los
riesgos de adulterio, tentaciones
diversas, magias, brujería y otros peligros; y reclama, su misteriosa
atmósfera, sus silencios, sus pasillos, y esa paz profunda e intensa que sobrecoge al ser humano.
Finalmente
reconocerá que lo que se experimenta en un bosque no se puede reproducir ni
trasmitir, porque a esta experiencia solo se puede llegar a través de los
propios sentidos.
Estamos
pues ante una reflexión provocadora sobre la separación entre la naturaleza y
el hombre. Pero este ensayo también es una profunda meditación sobre el
misterio del arte, los itinerarios de la creación y sus inexplicables fuentes
de inspiración.
Lo
disfrutarán los buenos lectores amantes del arte en general y de la naturaleza
en estado puro.
(Publicado en Peonza Nº 116)
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