Editorial Edelvives. Madrid, 2004. 8,20 €
Ricardo Gómez es un escritor que concede a la lectura un papel importante en la configuración de la personalidad del joven lector. Por eso sus libros no son banales, ni son asuntos triviales los temas que en ellos se tratan. Al contrario, sus historias, lejos del leer por leer, pretenden remover conciencias, invitan a la reflexión, despiertan el interés y depositan en el lector la semilla del compromiso con las situaciones injustas que describe; y todo ello sin caer en el panfleto o en la denuncia tópica.
En el libro que ahora comentamos este profesor de matemáticas, que simultanea la docencia con la escritura para jóvenes y adultos, nos transporta a la vida cotidiana de un campo de refugiados saharauis. (En "Diario de un campo de barro" la situación la ubica en un país de los Balcanes; ver crítica en este mismo blog por clasificados en valores humanos). Nuestro protagonista ahora es un adolescente a quien una enfermedad pulmonar le mantiene recluido en su lecho dentro de una humilde tienda.
Ciertamente es valiente y arriesgada esta propuesta cuyo desarrollo narrativo está limitado al reducido espacio del interior de una "jaima". El relato gana en intimismo, en perspectiva interior y en dimensión lírica, pero impide la acción y la sucesión de hechos tan perseguida por algunos escritores que quieren con ello seducir a los lectores jóvenes. Nuestro escritor no necesita ese recurso para mantener vivo el interés por lo que se está contando.
Bachir, así se llama el protagonista, obligado a mirar el mundo a través de sus finos oídos, aprende a escuchar e identificar atentamente todos los sonidos que le llegan desde fuera de la tienda. Se va proyectando así sobre este espacio minimalista la vida cotidiana del "campo" y sus habitantes, sus miedos y sus deseos, surgiendo con fuerza sentimientos como el de la esperanza frente a la desesperación, la supervivencia frente al derrotismo pasivo o la resistencia digna frente al entreguismo. El propio Bachir irá evolucionando en contacto con las voces y sonidos de su entorno recuperando valores como el esfuerzo personal, la fuerza de voluntad o la capacidad de superación, en esa travesía que es el paso del niño hacia la madurez.
Ejemplo de emoción contenida, esta historia intimista, plena de ternura y sensibilidad, dosifica sabiamente los estados de ánimo sin caer en el sentimentalismo sensiblero.
(P.M.) Publicado en Peonza
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