martes, 30 de diciembre de 2014

Sexo y civilización


Desmond Morris mantiene (El mono desnudo, Editorial Orbis, Barcelona, 1986) que más que moldear la civilización el moderno comportamiento sexual, ha sido el comportamiento sexual el que ha dado forma a la civilización. 
El antropólogo parte de la afirmación de que la especie humana es el primate actual de sexo más activo, lo que le lleva a especular sobre las razones de tal actitud  que sitúa en los orígenes de la especie. Era entonces cuando el macho tenía que cazar y su cerebro debía mejorar para compensar su inferioridad física; ello obligaría a una infancia más prolongada para desarrollar y educar su cerebro lo que implicaría a su vez que las hembras tenían que  quedarse para amamantar y cuidar de los pequeños; dicho cerebro, además, debía desarrollar una dimensión social ya que los machos tenían que colaborar en la caza. Por otra parte al erguirse estos individuos ganaban en altura, es decir en visibilidad, y quedaban liberadas sus manos para poder emplear armas. Evidentemente estos cambios se realizarían gradualmente.

Pero además los machos tenían que estar seguros de que las hembras les serían fieles cuando las dejaran solas para ir a cazar y así asegurarse de que la prole era de su misma sangre. También las hembras, para asegurar la supervivencia de sus hijos debieron desarrollar una tendencia a la formación de pareja estable. El método más sencillo de lograrlo consistiría en hacer más complejas y placenteras las actividades sexuales compartidas de la pareja. La gran abundancia de copulación en nuestra especie, independientemente de que esté amamantando o no a las crías, o no esté ovulando o, incluso, esté embarazada, se debe no a la reproducción, sino al reforzamiento del lazo entre la pareja. El sexo humano no sería así un fruto refinado de la civilización, sino  una sana tendencia de nuestra especie con una base biológica profundamente arraigada.

El aumento en la cantidad de tiempo en que pueden desarrollarse las actividades sexuales, el desnudamiento de la piel y la extensión de zonas del cuerpo susceptibles de ser estimuladas sexualmente: las manos más sensibles, los labios, los lóbulos de las orejas, los senos, los pezones o los órganos genitales todos ellos dotados de abundantes terminaciones nerviosas, irían encaminados a favorecer los encuentros sexuales en todo tiempo y lugar, señala Morris. Pero además funcionarían como aparatos de señales visuales dirigidos a la seducción, haciéndose más ostensible al desaparecer el vello.

Finalmente, añade el antropólogo, el orgasmo femenino de especie es único entre los primates.

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