La
historia nos dice que dos años después de proclamada la II República, es decir
en 1933, hubo una sublevación anarquista en
Casas Viejas un pueblecito de Cádiz. Guardias de Asalto al mando del
capitán Manuel Rojas sofocaron la rebelión y arrasaron las casas del pueblo en
donde se habían refugiado los últimos resistentes. Las órdenes habían sido
cumplidas. Sin embargo a la mañana siguiente, antes de
emprender el regreso a su acuartelamiento el capitán decidió dar un escarmiento
general. Mandó que se fuera casa por casa y se detuviera a todos los varones,
los llevó a la casa todavía humeante del Seisdedos, presunto cabecillo de la
revuelta, y en el corral que había ante ella dio orden de fusilarlos a todos.
El médico certificó que habían muerto en combate y el delegado del gobierno
felicitó a Manuel Rojas.
Este
fue el comienzo del fin de Manuel Azaña según José Luis García Martín en el
libro Lecturas buenas y malas (Editorial
Renacimiento, Sevilla,2014). A
partir de aquí periodistas afines al anarquismo (Eduardo de Guzmán, Ramón J.
Sender) difundieron lo que allí había ocurrido y la derecha interpeló a Azaña Presidente
del Consejo de Ministros en el Parlamento. Ausente el ministro de Gobernación,
Casares Quiroga, Azaña pidió información
al subsecretario. Con los informes oficiales que recibió elaboró una respuesta
ambigua y se negó a crear una comisión de investigación:”En Casas Viejas no ha
ocurrido, que sepamos, sino lo que tenía que ocurrir”. Pronto se dio cuenta de
que había ocurrido algo más “de lo que tenía que ocurrir” por lo que envió a un
magistrado del Supremo. Y así logró que en 1934 se juzgara en Cádiz al
responsable de aquella barbarie.
Sin embargo, este
juicio fue aprovechado por la prensa de derechas y de la izquierda radical para
arremeter contra Azaña considerándole un gobernante cruel que no dudaba en
ordenar que se dispararan “tiros a la barriga” contra los pobres campesinos. Quedó
esta leyenda y pocos se enteraron de lo que en realidad pasó en Casa Viejas y
de lo que en verdad pasó en el juicio.
Los diarios robados de Azaña y
aparecidos en 1996 ya hablaban de su grave desinformación inicial. Los sumarios
de los dos juicios que se celebraron sobre el caso se han revelado
recientemente abundando en la misma idea. El análisis de todo ello para
destruir una insidia y restablecer una verdad la hace Tano Ramos en El caso de Casas Viejas (Tusquets,
Barcelona, 2012).
Interesante
el origen de la frase “tiros a la barriga”. La utilizó Bartolomé Barba
Hernández del Estado Mayor llamado a declarar por la defensa del Capitán
Rojas. Relató que esa fue la orden
verbal que le dió Azaña cuando en 1933 ante los posibles ataques a los
cuarteles de Madrid, le dijo “nada de detenidos, tiros a la barriga”. Nadie más
escuchó esa frase, tampoco nunca la transmitió el citado mando, y de hecho no
se cumplió ya que sí hubo prisioneros y heridos que se atendieron en el
Hospital de Carabanchel. Además esto se refería a los posibles altercados de
Madrid que nada tenían que ver los sucesos de Casas Viejas.
Nada
de esto importó a la prensa de derechas, que fue lo único que subrayó del juicio.
El poder de la prensa convertía el caso de Casas Viejas en certero proyectil
contra el político que mejor encarnaba a la República. Azaña, más que verdugo
fue una víctima más de Casas Viejas; y la República también.
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