En los años noventa del s.
XX la psicóloga Elizabeth Loftus diseñó un experimento que demostró la
posibilidad de implantar recuerdos falsos en personas adultas sin recurrir a
ninguna técnica agresiva de lavado de cerebro.
Loftus
seleccionó a veinticuatro personas y les entregó un informe en el que se relataban sucintamente
cuatro recuerdos de infancia: tres de ellos (obtenidos por la complicidad de
sus familiares) eran verdaderos mientras
que el cuarto nunca había tenido lugar (se les “recordaba” que se habían
perdido de niños en un centro comercial). Loftus les pidió que dijeran si se
acordaban o no de cada uno de los cuatro episodios y que hablaran sobre lo
ocurrido.
Lo sorprendente no fue tanto que el veinticinco por ciento aseguraran
que el recuerdo falso había sucedido, sino que añadieron todo tipo de detalles
al tiempo que lo relataron con verdadera emoción. ¡Estaban convencidos de su veracidad!
Quizás necesitemos inventar los recuerdos; cumplirían así la misma función que los principios para Groucho Marx: "Si a usted no le gustan se
los cambio por otros."
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