Traductores: Olga García Larralde y Fernando Gómez
Editorial: Ekaré, Barcelona, 2014. 8,50 €
Con un punto de vista eminentemente didáctico esta autora
canadiense hace un análisis de cómo ha evolucionado el consumo de energía por
el hombre; desde que inventó el fuego el hombre ha quemado hierbas, hojas y
madera para calentarse, cocinar y defenderse. De esta forma inyectaba Carbono a
la atmósfera al tiempo que restaba plantas a la naturaleza, únicas capaces de
absorber Carbono de aquella.
Sin embargo estas acciones no representaban un hecho
significativo en el devenir del equilibro del planeta influido por las
erupciones volcánicas. Será con la Revolución Industrial a partir de finales
del siglo XVIII con la demanda creciente de energía cuando dicho equilibrio se
quiebre. Frente a lo que se había un crecimiento aritmético del consumo, a
partir del siglo XIX se tornará en crecimiento geométrico y desde las cuatro
últimas décadas se empezó a hablar de un crecimiento exponencial de dicho
consumo.
Así lo han venido advirtiendo los científicos que vienen
observando cómo disminuyen los glaciares, se descongela el permafrost, el clima
varía erráticamente o muchas fuentes de agua dulce se ven amenazadas por la
inundación de agua salada. Aunque realmente esto no es nada todavía, para lo
que espera al planeta. Los hechos están ahí pero es difícil poner de acuerdo a
los gobiernos para hacer frente a un problema que tiene derivaciones
económicas, políticas y sociales muy perturbadoras y de hondo calado.
“Nuestra evaluación concluye que la atmósfera y el océano se
han calentado , los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar
se ha elevado y las concentraciones de dióxido de carbono han aumentado hasta
niveles sin precedentes”. Este el comunicado del Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas. Está compuesto
por 800 científicos de todo el mundo. Este Quinto Informe del Panel
Intergubernamental no deja lugar a dudas.
Y desgraciadamente toda la maquinaria de nuestra
civilización está basada en la disponibilidad de energía muy barata. Y los
economistas nos repiten que para salir de la crisis es necesario que la
economía crezca, lo que implica que crezca el consumo de combustibles fósiles y
por tanto la emisión de dióxido de carbono.
¿Cuál es la alternativa? Reducir el consumo y aumentar la
eficiencia energética. Pero pensemos que más de la mitad de la humanidad se
pasa con mucha menos energía de la que necesita. En la mayor parte del
continente africano el consumo energético per cápita está en los niveles de la
Edad Piedra, en India en la Edad Media y en una gran parte de China rural en
niveles preindustriales. Si se reduce el consumo de energía en el primer mundo
a niveles decentes, pero se aumenta el consumo del tercer mundo también a esos
niveles imprescindibles, nos encontramos con que los 9000 millones habitantes
de 2050 consumirán más energía que lo que consumimos hoy.
¿Qué papel pueden jugar la renovables? En España contribuyen
con un 12 %; la nuclear con otro 12,6 % . El 75 % es de energía fósil; revertir
esta situación al revés requeriría profundos cambios sociales; observemos que
un litro de gasolina cuesta menos que un litro de agua mineral. Aprovechar la
fuerza del viento, convertir la energía solar o fisionar átomos es mucho más
caro que quemar petróleo. ¿Qué gobierno está dispuesto a perder las elecciones
por subir sistemáticamente la factura de la luz? Luchar contra el cambio climático no es
compatible con nuestro estilo de vida. Exigiría un sacrificio cuya recompensa
no sería inmediata ni evidente. Pero ¿cuántos estamos dispuestos a renunciar
de nuestro confortable presente por
el futuro de nuestros nietos o bisnietos? Juan José Gómez Cadenas
(investigador del CSIC).
En efecto el mantenimiento de la vida moderna actual requiere
grandes consumos de energía con las consecuencias inevitables para la
composición de la atmósfera y su derivada necesaria de cambio climático. Por
eso la cuestión de fondo es si el estilo de vida de los países ricos (al que
intentan llegar progresivamente los países que emergen) con sus elevados
niveles de consumo de energía, es compatible con un planeta sano. Y si las
fuentes cubrirán las necesidades que genera ese estilo de vida.
La autora va desgranando las observaciones científicas ya
contrastadas y las consecuencias a medio plazo de tales modificaciones a la luz
de lo que la propia ciencia nos dice. También
destaca las innovaciones y los proyectos encaminados a reducir el consumo de
combustibles sólidos (energía eólica, solar,…) así como las numerosas
propuestas en desarrollo para la consecución de coches eléctricos.
Deber moral de las naciones ricas es frenar su alto grado de
contaminación; y de ayudar a las naciones en vías de desarrollo a crecer sin
cometer los mismos errores, entre otras cosas para no dar argumentos a aquel funcionario
brasileño que dijo en una cumbre internacional: “No vamos a seguir siendo
pobres, para que el resto del mundo pueda respirar mañana”.
Hay rigor en lo que se dice y se diferencia claramente lo
que es una opinión de lo que es un hecho. Se huye del sensacionalismo como
fórmula para atrapar al lector, pero no
se hacen concesiones a la conciencia adormecida del ciudadano occidental
contribuyente con su forma de vida a que la situación se agrave constantemente.
Gráficas y series de datos, así como mapas convenientemente
comentados vienen a completar el contenido que se quiere comunicar.
Ilustraciones austeras pero eficaces,
El texto pretende sensibilizar y lo consigue. Tambien busca
movilizar, crear ciudadanos activos, consumidores que pueden utilizar su poder
de compra para elegir no adquirir
determinados productos muy contaminantes, o producidos con mucho gasto de
energía y contaminación; también pueden utilizar su poder electoral para dar la
espalada a aquellos políticos que ignoran la amenaza del cambio climático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario