Autor: Roberto Casati
Traductor:
Jorge Paredes
Editorial:
Ariel, Barcelona, 2015. 16,90 €
En
los años ochenta del siglo pasado cierto sociólogo de la educación imaginaba
que si un ciudadano de la antigua Grecia apareciera de pronto en la sociedad,
se deslumbraría ante los cambios de la vida moderna: las ciudades, la
tecnología agrícola e industrial, los bienes de consumo o los avances de la ciencia
le causarían un hondo impacto. Sin embargo, se maliciaba, existía un lugar que
el griego reconocería como familiar porque apenas había cambiado en los
veinticinco siglos transcurridos: la escuela. Esta consideración que en
aquellos años era contemplada como una crítica al abandono institucional de los
colegios en materia tecnológica, hoy podría revertirse; a modo de provocación, incluso
podría contemplarse como un valor cierta austeridad tecnológica en el
desarrollo de algunas clases actuales. El cultivo del saber, que no solo es
información, ni únicamente conocimiento, no requiere muchos recursos técnicos,
sino suficientes y cualificados recursos humanos. La derivada de estas
reflexiones conecta con la línea de pensamiento del libro que presentamos aquí.
Roberto
Casati es especialista en filosofía de la percepción e investigador del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique)
de París, institución de referencia en Europa.
Aunque en la portada del libro figura como director de dicho organismo,
la propia editorial pide disculpas en una fe de erratas de su página web por la
confusión en el cargo que ocupa.
Una
de las afirmaciones más polémicas del autor es que la tecnología digital nos
está robando la lectura. Según él, la continua expansión de los ingenios digitales
amenaza con invadir todos los espacios de la sociedad y todos los tiempos del individuo. Y esta situación,
añade, pone en riesgo no la lectura corriente, sino la práctica de la lectura
atenta, profunda y reflexiva, la lectura
de inmersión según sus palabras. Él diferencia entre los efectos,
generalmente beneficiosos, que produce el ordenador, frente a los, ciertamente perjudiciales,
atribuibles a los smartphones y las tablets, con su afán centralizador, del todo-en-uno y del mundo-en-el-bolsillo.
El
matiz no es menor, ya que para este filósofo, el ordenador puede y debe ser una
herramienta de producción intelectual mientras que las tabletas lo son de
consumo; es decir que aquel estimularía lo que estas adormecen. También cree
que las tabletas terminarán sustituyendo
a los libros electrónicos, y, como artefactos de distracción que son, acabarán convirtiendo
toda lectura en una variedad más de entretenimiento. Y es que, según Casati, estos
dispositivos no ofrecen un contexto propicio para la lectura, y desde luego
menos para un ensayo, porque cuando leemos en ellos entramos en modo zapping incluso a nuestro pesar,
asegura.
Del
mismo modo, alerta sobre la reducción del
tiempo de lectura al tener que competir esta actividad con la constante
invitación de las redes sociales. Suma así una más a las razones por las que tampoco le parece prudente que
toda la tecnología digital permanezca en manos de unas pocas corporaciones
empeñadas en introducirse directamente en la mente de los lectores; y
sentencia, el riesgo radica en que un puñado de empresas privadas está colonizando toda la sociedad, creando
nuevas necesidades y conquistando fácilmente el tesoro de los jóvenes: su
atención.
Por
todo ello, considera que el entorno digital que nos envuelve está haciéndose cada
vez más hostil para la lectura de libros, dado que esta debe competir con un
gigantesco escaparate que busca producir consumidores compulsivos.
Sin
embargo, y a pesar de estas consideraciones, nuestro autor no quiere ser
encuadrado entre los tecnófobos e
insiste en la importancia de estas tecnologías que él utiliza asiduamente. Lo
que pretende es atajar el secuestro sistemático de la atención que supone su
utilización indiscriminada. Por eso le parece fundamental resguardar el espacio
educativo de esta invasión tecnológica. Cree que de esta forma se podría asegurar
la supervivencia y la enseñanza de una lectura de calidad, una de las
principales tesis de este ensayo. Porque, más que nunca, la escuela “hoy debe
enseñarnos a leer mucho y en profundidad”, afirma. Y el libro de papel, favorecedor de importantes ventajas
cognitivas (atención, profundización, reflexión, aprendizaje de conceptos
complejos), contribuye óptimamente a esa
mejor forma de lectura.
También
nos pone en guardia sobre el uso abusivo de la digitalización en el aula porque
le preocupa que dicha colonización se apodere de la educación. Y por eso, para
este autor, el libro y la escuela tienen que ser los elementos clave de la
resistencia a dicha invasión, los encargados de proteger a los alumnos, dado
que la sociedad se inhibe.
Así
mismo, le parece un grave error la introducción institucional y de manera
irreflexiva de estas tecnologías en los centros docentes. Por el contrario,
cree que estos deben promover momentos y espacios protegidos favorecedores del
silencio, de la lectura de inmersión
y de la concentración personal.
Quizás
algunas afirmaciones puedan resultar discutibles, pero en ningún caso son ligeras, frívolas o carentes de fundamento. El
observatorio de investigación en donde se fraguan y la autoridad profesional de
quien las emite elevan la relevancia de lo afirmado. Si al mismo tiempo sirven
para reflexionar sobre las buenas prácticas en la lectura, siempre son
oportunas.
Por
lo demás, y volviendo a la reflexión inicial, no solamente el ciudadano de la
Grecia clásica se quedaría aturdido ante la sociedad actual, también se
quedarían desconcertados Pitágoras o Platón en nuestras aulas. La duda que nos
puede asaltar es si esto último es lo que más conviene.
(Publicado en Peonza nº 116 . Marzo 2016)
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