La idea de progreso y las utopías
El punto de inflexión lo había marcado la Revolución Francesa y la Revolución Industrial y a los modelos societarios de Saint Simón, Fourier, Robert Owen o Etienne Cabet, les sucedieron las propuestas comunitarias del anarquista Bakunin, y las de los autodenominados socialistas científicos Marx y Engels.
Todavía a finales del s. XIX siguieron apareciendo tratados utópicos con la decidida vocación de convertirse en patrón de conducta y modelo social (Bellamy, Theodor Hertzka, Morris ) [1]. Cierto es que frente al optimismo de este siglo surgieron en sus postrimerías pensadores más escépticos o decididamente críticos con la idea de progreso como Shopenhauer, Nietzsche o Freud: sus preocupaciones no se dirigían al progreso material sino al progreso moral.
Sin embargo, será la Primera Guerra Mundial ya entrado el s. XX la que activará las alarmas de lo que va a significar una quiebra en la idea de progreso; otro hito importante en esta ruptura será la crisis económica de los años treinta, representando golpes definitivos el desarrollo del nazismo y la Segunda Guerra Mundial; el estalinismo, la guerra fría y las agresiones ambientales al planeta serán ya epígonos que se encargarán de enterrar la teoría del progreso.
El s. XX nos traía la frustración histórica de esta poderosa idea y como consecuencia sumía a la civilización en un ambiente de pesimismo. (PM)
A partir del artículo "El aguijón utópico" publicado en Peonza Nº 79-80.
[1] Carandell, Jossé Mª: Las
utopías. Editorial Salvat. Barcelona 1973
(pp. 25 y sgtes.)
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