Autora: Adela Cortina
Editorial: Espasa Calpe, Madrid, 1991
La catedrática de ética y filosofía Adela Cortina escribía
este sugerente libro a finales de los ochenta y principios de los noventa.
Nietzsche había anunciado en su tiempo la muerte de Dios y
con ello el fin de una moral, la moral del deber y de la sumisión; la
representaba a través de un camello. Para Adela Cortina en España, a la moral del
camello la estaba sucediendo a finales de siglo, la de otro animalito que a
todo se adapta, porque lo que le importa es vivir: el camaleón. La moral del
camaleón, nos dirá, sirve para ir tirando, pero no para ser hombre o mujer en
el hondo sentido del término. Era un estilo de vida al que se apuntaron
políticos y ciudadanos, defraudando con ello ideales seculares, sueños de la
humanidad, como el de una sociedad de individuos autónomos y justos.
Popularmente entre la progresía de aquel final de los
ochenta que se conoció como los años del desencanto. Definitivamente las utopías
quedaban desterradas y con ellas demasiadas ilusiones arrumbadas. El tope de
las aspiraciones políticas había llegado a una democracia liberal que ofrecía
la protección de la libertad por medio del derecho.
La moral del nuevo socialismo ya no sería el colectivismo, sino
el individualismo, un individualismo solidario, entendiendo por solidaridad
cooperación. Cooperar para el bien común, para el beneficio mutuo. Frente al
liberalismo tradicional que propugnaba menos Estado, este socialismo busca
extender y profundizar en el Estado democrático, articulando una respuesta
coherente a los movimientos sociales. Sin pública información y libre discusión
no hay democracia posible, dirá Cortina.
Pero una democracia puede resultar legítima con dos
tercios de ciudadanos respetados y satisfechos. La democracia de los dos tercios. Sin embargo
¿es una democracia justa? Un tercio de
ciudadanos desfavorecidos por la lotería social es demasiado para una sociedad
moderna que pretenda estabilidad, legitimidad, dignidad, equidad y justicia. Si
el principio de toda ética es el rostro del otro, en este caso la ética
exigía transformar un sistema que por muy democrático que fuera era injusto por
producir miseria.
Idéntica afirmación se puede aplicar a nuestro régimen
democrático actual.
El problema está en que una ruptura radical tendría un alto
coste en sufrimiento colectivo sin tener muy claro cuál sería la meta.
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