Traductora: María Porras Sánchez
Editorial: Siruela, Madrid, 2011. 19,95 €
Justin Case es el nombre que el
protagonista se ha dado a sí mismo para romper con su pasado; fue por causa de una
experiencia que pudo ser dramática y que le hizo reflexionar sobre las
posibilidades tan distintas que pueden influir y determinar el transcurso de nuestra
existencia.
El desencadenante se produjo el día en que, el todavía David Case,
estaba en su habitación, y en un momento dado, su hermano, que estaba
aprendiendo a caminar, pasó junto a él y se dirigió tambaleándose hacia la
ventana abierta del cuarto; con algún esfuerzo se aupó hasta el alfeizar, se
puso en cuclillas y finalmente se enderezó hasta ponerse de pie en un precario
equilibrio mientras miraba con solemnidad la torre de una iglesia cercana. Cuando
Justin levantó la vista se hizo cargo de la situación y se abalanzó al otro
extremo de la habitación agarrando al niño en el último instante. Si hubiera
tardado dos segundos más su hermano estaría muerto y él tendría una carga sobre
su conciencia difícil de soportar. Dos segundos era la diferencia entre el
transcurrir de su vida normal y el inicio de una desviación que solo con
pensarlo le aceleraba el corazón y le zarandeaba la cabeza. A partir de este
momento empezaron a hollarle el cerebro dos palabras que aplicaba a cualquier
situación que pudiera derivar en catástrofe: ¿Y si…? Así empezó a asediarle un
mundo imaginario en el que el destino se presentaba como un caprichoso y todopoderoso
personaje.
Con la lectura de este libro el
lector se sumerge en el universo mental de un adolescente de quince años que se
siente perdido mientras observa cómo se va transformando su cuerpo; nuestro
desorientado protagonista cree a veces que su cerebro podría salir y observarle
desde fuera; a veces se le ocurre que su cuerpo y él caminan por sendas distintas. Y mientras esta auténtica
metamorfosis personal se va produciendo hasta alcanzar un cierto equilibrio
emocional y físico, Justin se debate con el destino en un mar de dudas y de
inseguridades en ese largo momento de
espera y de suspense que es la adolescencia; son los recursos básicos que
utiliza toda novela de iniciación que se precie. (P.M.) Publicado en Peonza Nº 103 diciembre 2012
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