Paciano Merino
Profesor e integrante del Equipo Peonza
(Artículo publicado en Peonza Nº 98, Octubre de 2011
Profesor e integrante del Equipo Peonza
(Artículo publicado en Peonza Nº 98, Octubre de 2011
Cada cierto tiempo alguna
nueva publicación reaviva el debate de la influencia de las nuevas tecnologías
de la comunicación en las habilidades intelectivas, en los procesos de
aprendizaje y, como consecuencia de todo lo anterior, en la propia lectura.
Desde la estela de las ideas que desarrollara McLuhan hace más de medio siglo,
se aborda tangencialmente dicho debate y se desgranan algunas propuestas
relacionadas con la lectura que pueden ser asumidas por ambas partes
contendientes.
Los instrumentos técnicos como extensiones de las
facultades físicas humanas
La
época actual, tan pródiga en innovaciones técnicas, ha actualizado el
pensamiento de Marshall MacLuhan, para quien la tecnología suponía
fundamentalmente una prolongación de los sentidos; así, las múltiples
aplicaciones mecánicas de la rueda habrían significado una prolongación de los
músculos; y aplicada a los vehículos sería
una extensión de los pies y las piernas; pantallas y teléfonos serían una
extensión de ojos y oídos; el libro extendería la mente; y los circuitos
electrónicos serían una nueva extensión del cerebro y del sistema nervioso
central. Si se aceptan estas analogías, hay que admitir que su influencia en la
forma de percibir el mundo es determinante; en efecto, si cada nueva extensión significativa
supone una alteración de la manera de pensar y de actuar, el conjunto de estas
extensiones establecería la comprensión específica de una época concreta. De
este modo, los cambios técnicos no solo alterarían los hábitos de vida, sino
también los modelos y patrones de pensamiento; es decir que cuando cambia la
técnica, cambia el hombre.[1]
Los inventos inventan al ser humano contemporáneo
Las
anteriores afirmaciones llevan a McLuhan a deducir que los contenidos teóricos
quedan afectados por los medios de comunicación que los transmiten,
reconvirtiéndose así en nuevos contenidos con significaciones escondidas; el
medio crea y recrea su “ambiente” que es lo que también se transmite. Por tanto,
no nos valdría aquello de que el mensaje
está en el medio, sino que el mensaje
es el medio ya que éste sería el elemento
que solapadamente iría influyendo sobre las mentes que lo reciben; “Cada una de las formas de transporte no
solo acarrea, sino que también traduce y transforma al que envía, al que recibe
y al mensaje.”[2]
Como
es bien sabido, algunas de estas teorías fueron desarrolladas exhaustivamente
en su siguiente y más conocida publicación, La
galaxia Gutemberg, y en ella destaca la importancia de ciertas invenciones
en la transformación y conformación del propio ser humano, como consecuencia de
su uso. En efecto, instrumentos como el lenguaje, la escritura, la imprenta o
la televisión, al ampliar uno u otro de sus órganos sensoriales, lo hacen de
tal modo que todos los restantes sentidos o facultades quedan perturbados hasta
reacomodarse a las nuevas condiciones.[3]
La
imprenta sería un paradigma dentro de estas innovaciones ya que su utilización
cambiaría la percepción del propio lenguaje, modificaría las formas de
aprender, alteraría los procesos de pensar y variaría las pautas de actuar.
Aprendizaje, pensamiento y conducta habrían sido modificados paulatina,
inconsciente, velada e irreversiblemente, a partir de la multiplicación de los libros
y de la difusión de las ideas.
Llegados
a este punto, cobraría fuerza la sospecha de que el hombre contemporáneo no sea
otra cosa que un producto de la propia imprenta; y aunque la inteligencia humana
es capaz de alejarse, mediante un salto, de lo que está haciendo para examinarlo,
mucho nos tememos que cuando se trata de una época futura todo lo que digamos es
como pretender elevarnos sobre el suelo poniéndonos de puntillas y tirando de
un brazo hacia arriba con la mano del otro; y es que estamos atrapados en
nuestra propia forma de pensar. La inteligencia puede brincar fuera de su producto,
pero no puede alejarse mucho de él si elementos de ese producto han conformado
en parte a la propia inteligencia; el bucle recursivo es inevitable; Escher lo
representa poéticamente con las manos que se dibujan mutuamente.
Paisaje tras la actualización de McLuhan
Si
aplicamos las teorías de McLuhan a las nuevas tecnologías de la comunicación,
el panorama que se nos esboza es ciertamente inquietante, aunque no todos lo
ven así. Los críticos con este medio manejan un escenario que colocan en un
futuro más o menos cercano, aunque consideran que algunas de sus
características han empezado ya a manifestarse. Los defensores, en cambio,
despliegan las grandes ventajas que Internet ofrece en el presente y auguran
otras más fantásticas en el futuro. Aunque el debate lleva abierto desde hace varias
décadas, algunas publicaciones recientes han venido a reavivarlo al ser sus
autores consumados usuarios de los medios digitales. Éste es el caso de
Nicholas Carr[4]
para quien el ordenador, al ser una prolongación del cerebro, le sustituye en
numerosas operaciones mentales. El resultado es que su uso continuado debilita
la memoria, rebaja la atención y mediatiza la creatividad.
Además,
el constante poder de distracción, algo inherente a las nuevas tecnologías,
ejercería un influjo negativo en la capacidad humana de concentración; la
incitación a buscar lo breve y de forma rápida dejaría pocas opciones al
detenimiento; y la trivialización del esfuerzo conceptual mediante imágenes efímeras
reduciría las oportunidades para la reflexión. Parecería así que delante de la
Red se hace difícil hacer pensamiento profundo; y la propia capacidad de
abstracción se resentiría por falta de uso. Obviamente, niños y jóvenes
estarían más expuestos a tales repercusiones, al encontrarse todavía en la
etapa de formación de algunos de estos procesos mentales.
De la galaxia Gutenberg al universo ciberespacial
Pero
no es objetivo de este artículo describir todas las consecuencias negativas que
los detractores de esta tecnología creen percibir ya o ven proyectarse como
amenaza para las siguientes generaciones. Sin embargo, lo que parece estar
fuera de toda duda es que el medio Internet modifica los hábitos intelectuales,
ya que éstos son fruto de la repetición y de la práctica cotidiana; que los nuevos
hábitos repercutan en determinadas habilidades intelectuales es lo que el
debate pone en juego; y como algunas de esas habilidades tienen que ver con la
calidad de la lectura, ésta también está en juego ya que sería una de las
actividades intelectuales que más se modificaría con este cambio de hábitos.
Recordemos
que Roger Chartier ya nos advirtió de que cada etapa histórica desarrolla unas
formas de lectura y de apropiación de sentidos acordes con la manera de crear o
producir textos; y según esto nuevas prácticas lectoras implicarían nuevas
formas de pensar o nuevos patrones de pensamiento.[5] Vemos que desde varias
perspectivas se confluye en una misma idea: que las formas de lectura están
cambiando; quizás sea más difícil saber en qué dirección lo hacen.
Las
prospecciones del futuro de la sociedad que se han concebido a lo largo de la
historia, no han resultado en general
muy acertadas. Suele suceder, además, que cuando se proyectan mundos pesimistas
futuros tendemos a idealizar la época presente. Por ejemplo, al preocuparse por
el pensamiento profundo de las generaciones próximas podría dar la sensación de
que esta práctica es habitual en las presentes; al hablar de amenazas a la
calidad lectora podría suponerse que la sociedad actual practica mayoritariamente
un grado de madurez lector óptimo.
Las actividades de mantenimiento
Supongamos
que alguien, desde un pasado más o menos lejano, hubiera teorizado sobre los efectos a medio y
largo plazo que el maquinismo iba a tener sobre los organismos humanos de las
generaciones futuras. Ciertamente las máquinas vendrán a liberar al hombre de
numerosas servidumbres, habría dicho nuestro agudo observador, pero, a cambio, los
nuevos hábitos de trabajo repercutirán en un tipo de vida cada vez más
sedentaria; y con esta nueva situación, habría continuado, los organismos
humanos estarán más expuestos al aumento del colesterol y de glucosa en la
sangre, al aumento de la tensión arterial, a la acumulación de grasas, a la obesidad,
al insomnio y a la depresión. Además, habría añadido nuestro sagaz comunicante,
las generaciones futuras serán más vulnerables ante las enfermedades
cardiovasculares y algunos tipos de cáncer; sin olvidar que la reducción del
esfuerzo físico disminuirá la fuerza y resistencia muscular y esto, a su vez, repercutirá
en la capacidad funcional para realizar otras tareas de la vida cotidiana.
El
lector se habrá dado cuenta de que nuestro perspicaz personaje tenía
conocimientos de medicina por lo que a continuación habría recomendado seguir
realizando ejercicios físicos por otra vía, ahora que la literalidad de la
maldición bíblica (ganar el pan con el
sudor de la frente) perdía vigencia.
Hoy
vemos que las sociedades postindustriales han visto esa necesidad y han seguido
ese consejo; la práctica de actividades al aire libre o en centros deportivos
ha ido tomando cada vez más fuerza entre la población hasta convertirse en un
hábito saludable. Ya nadie duda de que el ejercicio físico y el deporte son
altamente beneficiosos para el desarrollo y mantenimiento del tono muscular y
funcional del organismo; es una cuestión de salud y de calidad de vida.
Pues
bien, aunque las repercusiones de los cambios físicos y fisiológicos no significan
lo mismo que los cambios en el sistema neuronal, en líneas generales podemos
llevar adelante la comparación aplicando similares remedios.
Se
trataría así de desarrollar y robustecer hábitos mentales; de fomentar
ejercicios que refuercen las habilidades intelectuales que la cultura
ciberespacial descuida; y, en definitiva, de tomar conciencia de la necesidad
de estimular y mantener las capacidades cerebrales. Como en el caso anterior,
tales ejercicios son altamente recomendables por una cuestión de salud (mental)
y de calidad de vida.
Las lecturas necesarias y la necesidad de
diferenciarlas
Y
aquí es donde la lectura puede jugar un papel importante; pero no cualquier
lectura, sino la alta lectura, la mejor lectura posible, la que incita a la
reflexión y fomenta el pensamiento profundo. Esa lectura es y será la mejor
gimnasia de desarrollo y mantenimiento neuronal.
Ahora
bien, si no podemos ni debemos prescindir de Internet; si, por otro lado, es
cierto que este medio está fomentando nuevos hábitos intelectuales; si también
resulta cierto que estos nuevos hábitos están debilitando determinadas
capacidades intelectuales; y por último, si tales circunstancias repercuten
negativamente en la calidad lectora, entonces se impone desarrollar un
aprendizaje de la lectura en paralelo dentro y fuera de la Red. Dentro, porque
Internet es irrenunciable. Fuera, porque algunas de las habilidades
intelectuales que una buena lectura requiere sabemos que se pueden conseguir
desde soportes más simples.
Evidentemente este aprendizaje hay que desarrollarlo a lo largo de toda la
etapa escolar.
La
distinción entre los dos tipos de lectura se hace necesaria porque el lector
debe ser consciente de que está realizando actividades intelectuales diferentes,
aunque en los dos casos esté leyendo. La amenaza para la lectura no está en
Internet, sino en creer que desde éste se puede leer igual que desde fuera de
él, en creer que ambas lecturas son la misma o en dejar que la práctica de una
contamine a la otra.
Las
posibilidades ilimitadas de información y la rapidez con la que se accede desde
este medio digital apenas deja resquicio para que dicha información derive en
conocimiento. El lector estará en mejores condiciones de conseguirlo si previamente
ha fortalecido ese otro tipo de lectura que reclama serenidad, silencio,
atención, reflexión y concentración; y eso, creo que por ahora, sólo lo podemos
conseguir al margen del ruido y las luces de fondo del ciberespacio.
La lectura como gimnasia mental
A
partir de este primer reto, la lectura que surja del sosiego y la reflexión
será la llamada a convertirse en ese ejercicio intelectual al que nos
referíamos más arriba. En efecto, la lectura, cual gimnasia neuronal, se nos
presenta como una de las actividades mentales más completas para desarrollar y mantener
el tono intelectual. Tan formidable deporte intelectual es insustituible si
queremos desarrollar, estimular, potenciar o, simplemente, mantener capacidades
intelectuales como la atención, la imaginación, la creatividad, la sensibilidad,
la memoria, la reflexión, la profundidad, la introspección o el razonamiento.
El
lector que realiza esta clase de lectura es el que aplica una forma especial de
atención y de escucha; ese lector que es capaz de ver la realidad desde
múltiples perspectivas; que ha desarrollado un criterio sólido para elegir las
obras en función de sus necesidades; que adopta actitudes distintas en función
de las obras que tiene delante; un lector que inquiere, que recrea y que se
deja invadir por lo que el autor le está proponiendo. En suma, estamos pensando
en un lector selectivo, que escoge
porque sabe qué lectura merece la
pena, por qué debe leerse y cómo
debe ser leída.
A
su vez, esa forma de leer tiene que surgir de la demanda que la obra escrita
exige. No nos interesa el libro que pide una lectura simple, banal o
superficial, sino el que impone otra forma de leer y contribuye a elevar el
nivel del lector; nos referimos a ese libro que no se deja dominar con una
primera lectura porque no termina de decirlo todo; ese que se resiste a ser
utilizado como algo de usar y tirar. Por eso no vale cualquier título, ni todos los que valen valen igual.
El
papel del docente o intermediario surge a la hora de presentar, graduar las
propuestas, animar o motivar al alumno. Si el medio es el mensaje, en algunos
casos el medio también puede transformarse en masaje; del animador depende (cual
fisioterapeuta mental) el que se convierta en un estímulo o en un lavado de
cerebro.
La
práctica lectora, como actividad cerebral que es, requiere un tiempo propio y una
práctica sistemática, como también lo requiere el ejercicio físico. El modelo
de lector sería así el del deportista intelectual y se caracterizaría por su
constancia, su fuerza de voluntad, su espíritu de superación, su deseo de hacer
cada vez lecturas más elevadas y su disfrute con todo ello; un deportista cuya competitividad
la aplicaría a mejorar sus propios niveles de competencia lectora; un deportista
por afición y entusiasta.
Los
obesos mentales de ese futuro próximo serían aquellos que, dejándose llevar por
la comodidad de la tecnología, no atendieran ni desarrollaran las capacidades y
potencialidades del cerebro. Esa sería la diferencia entre un lector corriente,
superficial y un lector competente y profundo.
[1]
McLuhan, Marshall: La comprensión de los
medios, como extensiones del hombre. Editorial Diana, México, 1964. (p.93)
[2]
McLuhan, Marshall: La comprensión de los
medios, como extensiones del hombre. Editorial Diana, México, 1964. (p.122)
[3] Mcluhan, Marshall: La galaxia Gutenberg. Editorial
Planeta-Agostini, Barcelona, 1985.
[4] Carr,
Nicholas: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras
mentes? Editorial Taurus, Madrid, 2011.
[5] Chartier, Roger: Historia
de la lectura en el mundo occidental. Editorial Taurus, Madrid, 1998.
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