Editorial: Alfaguara, Madrid, 2010. 8,50€
Para colmo de su indignación debe
compartir habitación con una niña de familia muy humilde, de rasgos indígenas,
cuerpo famélico y macilento pero con unos ojos grandes, luminosos, unos ojos
particularmente hermosos. Mechi se llama esta dulce niñita, candorosa, alegre, observadora y serena que
afronta la posibilidad de su temprana muerte
sin ningún temor.
En cambio a él la muerte le sobrecoge, le llena de
miedo, “es descender a un pozo y saber que su abertura será tapiada”.
Por otro lado hombre está perplejo de que
siempre que inicia una conversación con esa criatura lo hace a desgana porque
ella le interpela pero finalmente se anima y se sorprende de que terminen
hablando de temas profundos.
A pesar de su riqueza se siente
solo; no van a visitarlo ni su esposa, ni su amante, ni sus amigos compañeros
de fiestas; pronto cae en la cuenta de la superficialidad de sus amistades que
no han hecho otra cosa que compartir
aburrimientos; comprende al fin que no tiene verdaderos lazos de afecto con nadie y
que si se muere nadie lo echará en falta. En cambio observa que la niña vecina
está rodeada del amor y de la ternura que la colman las visitas de sus familiares.
Pronto descubrirá que esa niña
que le anima y le reconforta, ha sufrido y ha visto mucho sufrimiento a su
alrededor; eso ha debido ser lo que la ha procurado una madurez precoz. Por eso sus interpelaciones
y sus respuestas le conceden a ella, a veces, una seriedad y una profundidad que no parecen propias de su edad; tan ingenua y
tan madura a la vez. Y es que nuestra protagonista le plantea cuestiones que van directas al corazón, que
escarban en lo más profundo de su ser haciendo que le surjan emociones que él
no creía tener. Un relato conmovedor. (PM) Publicado en Peonza Nº 102
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