Paciano Merino
Profesor de
Hª y Geografía en
Secundaria y Bachillerato
(Artículo publicado en Peonza Nº 93, junio 2010)
En este artículo
se aborda la indiferencia mutua, cuando no los desencuentros, que
tradicionalmente se han profesado literatos y científicos; el autor sostiene
que dichas relaciones han influido negativamente en las propuestas lectoras y
en último término en los itinerarios lectores resultantes; serían los daños
colaterales que desde otros niveles, inconscientemente, se siguen reproduciendo.
Desdenes y desencuentros
Es sabido que hallazgos como los
conseguidos por Newton, Darwin, Einstein o Fleming han modificado de manera
significativa la vida de los seres humanos, así como la propia percepción del
hombre y del mundo. Y sin embargo estas poderosas mentes son grandes
desconocidas para la mayoría de la población, incluso para sectores
considerados buenos lectores.
Son famosas a este respecto
algunas opiniones peyorativas recíprocamente vertidas entre literatos y
científicos. Recordemos aquí la afirmación de Keats al responsabilizar a Newton
de haber destruido la poesía del arco iris al reducir el fenómeno a un conjunto
de colores del prisma; o la opinión de poetas como Yeats o Blake que creían que
la ciencia destruía la capacidad humana para el sentimiento y eliminaba el
asombro y la belleza del mundo.
También es conocido el desdén que
algunos científicos han mostrado por las obras de ficción y en general por todo
aquello que según ellos distrae la concentración y rebaja el rigor. Estos frecuentes
desencuentros han favorecido poco el acercamiento entre ambas manifestaciones
de la mente humana y será el científico y literato británico Charles Percy Snow
quien en 1959 planteó en una famosa conferencia (Las dos culturas y La revolución científica) la necesidad de
superar el abismo que se abre entre ambas facetas del intelecto humano.
Ciñéndonos al caso de España,
tradicionalmente el cisma entre ciencias y letras ha sido más acusado y el
reproche suele recaer sobre los humanistas. Así para el físico e historiador de
la ciencia José Manuel Sánchez Ron es más fácil encontrar a un humanista
completamente ignorante y desinteresado de
las materias científicas que a un científico ignorante de las
humanistas. La situación pudo envenenarse aún más en los noventa del siglo
pasado cuando con ocasión de la elaboración de la ley de Educación, la
asignación de disciplinas en Secundaria se convirtió en una cuestión de reparto
de carga horaria a un colectivo en detrimento de otro reavivando de nuevo la
polémica contagiada ahora por intereses gremiales.
Es evidente que los lectores no
hemos salido indemnes de estas constantes refriegas; y la influencia perniciosa
de algunas de estas actitudes ha salpicado inconscientemente muchos hábitos e itinerarios
lectores.
Por eso no está demás recordar
aquí a grandes escritores que se han nutrido de descubrimientos científicos para
crear sus historias: Julio Verne, H.G. Wells, Orwell o Aldous Huxley; en otro
nivel también podemos hacer referencia a la gran pléyade de autores de ciencia
ficción encabezados por Asimov; ciertamente interesante es el caso de Bertrand
Russell, filósofo, premio Nobel de Literatura y gran matemático.
Conocimiento y razón
Nos unimos a la corriente de
opinión que quiere luchar contra los tópicos, que piensa que el mundo de las
letras y el de las ciencias no son cosas tan diferentes, que recuerda que la ciencia también forma
parte del pensamiento humano y que reivindica la unidad del conocimiento.
Convengamos en que sólo con (y
desde) la ciencia se puede garantizar el gobierno de la razón en el conocimiento humano frente a
supercherías, iluminaciones o fanatismos, tomen éstas manifestaciones las
formas que se quiera: ciencias ocultas, astrología, antidarwinismo, etc.
Pero además podemos encontrar
muchos puntos en común entre la literatura y la ciencia, pues tanto en el
científico como en el literato hay un inequívoco intento de comprensión del
mundo. Y en último término en ambos caso se trabaja con palabras plenas de
significado y con ideas que buscan explicar y explicarse.
Algunos historiadores de la
ciencia ven a ésta como un intento inseguro de predecir sucesos, otros la
elevan al rango de actividad cuyo propósito es investigar la verdad, y para el
gran Thomas S. Kuhn (La estructura de las
revoluciones científicas) quizás sólo haya detrás de la actividad
científica el interés de resolver rompecabezas; observemos que esta última
acepción podría aplicarse también a muchas obras literarias.
La divulgación científica
necesita pues un estatus que la haga merecedora de la atención de los lectores
como una manifestación más del ingenio creativo del hombre; quizás debería ser
considerada como un verdadero género. Y es que cuando estas obras divulgativas
están concebidas desde la amenidad y claridad en cómo se dice y desde la hondura y lucidez de lo que se dice, ¿cómo negar que también pueden resultar
apasionantes? ¿Cómo no sentir la odisea de la especie humana como una aventura
fascinante? Ciertamente en los libros
científicos también puede haber emociones y sentimientos.
Conseguir un libro
científico atractivo supone apartar lo oscuro, lo tedioso, lo especializado, e
incorporar lo humano, la alegría, la emoción, la aventura de descubrir algo
nuevo, la belleza que a veces revela lo descubierto o la apasionante hazaña que
supone la búsqueda del conocimiento. Pero estas propiedades también son
aplicables a los libros de ficción. ¿Por qué pues no incluirlos entre las
propuestas de lectura?
Daños colaterales
Una posible respuesta
a esta última pregunta está en las repercusiones negativas de ese
distanciamiento entre humanistas y científicos al que aludíamos más arriba y
que se ha transvasado a otras capas culturales. Son los daños colaterales de
una guerra de indiferencias mutuas. De esta forma se ha ido consolidando y
generalizando una tendencia a asociar la práctica de la lectura con la novela y
el cuento, es decir con la narrativa. Las revistas empeñadas en fomentar tan
loable intento contribuyen a reforzar y estrechar dicha asociación; es lógico
que sea así porque dichas publicaciones se autodefinen como de literatura o de
literatura infantil y juvenil; los consejos de redacción suelen estar
conformados por miembros relacionados fundamentalmente con el área de Lengua y
Literatura tanto desde el campo de la enseñanza
como del de la escritura y la edición; y los libros que se potencian son
de entretenimiento y de ficción literaria. El mensaje que se está enviando es
nítido: el hábito de la lectura se consigue con libros de literatura.
Sin embargo, aunque
esto siempre se ha hecho así, ni los resultados son tan espectaculares, ni los
avala una trayectoria tan larga, ni desde luego es la única opción; es cierto
que la fórmula narrativa parece la más natural (por tradicional), y quizás sea
la mejor, pero los que tenemos la responsabilidad de mediar entre el niño o el joven
lector y el libro deberíamos abrir con más frecuencia el horizonte de lecturas
a otros contenidos y estructuras textuales. Aparte de las ya señaladas se
pueden añadir dos razones más; una, porque si se trata de fomentar la lectura,
cuantos más contenidos exploremos más posibilidades hay de captar intereses que
arrastren hacia este hábito intelectual; la segunda, porque si desde las
primeras etapas hay que contemplar el hecho lector como algo cotidiano, la
familiarización de los diversos itinerarios lectores de nuestros niños y
jóvenes con lecturas que describen, explican, o interpretan nuestro cuerpo,
nuestra vida cotidiana, nuestro entorno, nuestro planeta o el universo,
estaremos formando un verdadero lector, un lector total desde el inicio de
dicho itinerario. Al tiempo que rompemos la relación tan exclusiva, y sesgada,
de lectura y narración, conformamos una imagen de lectura más completa y proyectamos un perfil lector más rico y
complejo; un lector no sólo que disfrute de la imaginación creativa, sino que
vibre con la curiosidad científica por conocer y experimente el gusto
intelectual por reflexionar; en fin formaremos así un lector con mayor
capacidad para afrontar el enigma de su vida, más consciente de los retos de la
sociedad y más lúcido en el análisis de los mismos.
Realidad y deseo
Si bien es
cierto que la lectura puede concebirse como un mero entretenimiento en las
primeras etapas, también lo es que debemos propiciar momentos, a medida que la edad y la
formación nos lo aconsejen, en los que vayamos buscando un tipo de lectura más
madura. Hay libros de literatura que pueden ayudar a esta transición,
ciertamente, pero si está acostumbrado a leer otros tipos de libros, libros informativos
que le han ayudado a situarse en el planeta Tierra, en la sociedad humana, en
su entorno, en su familia o en su propio cuerpo, esta transición hacia una
lectura más madura y compleja la hará imperceptiblemente, naturalmente,
conducido por sus propias lecturas.
Por lo demás, en
una sociedad en la que la ciencia influye cada vez más en nuestras vidas y se
vuelve más compleja y especializada, es necesario que sus miembros tomen conciencia
del poder de aquélla (también de sus limitaciones), estén al tanto de los avances
que se produzcan y entiendan las publicaciones.
Si aceptamos que
cultura menos ciencia es igual a humanidades, debemos reconocer que potenciando
un lector de humanidades estamos sustrayendo una importante dimensión cultural
a ese lector; además le estamos privando de la oportunidad de vibrar con los hallazgos científicos, de
concebir el conocimiento como una aventura humana y de experimentar el placer
de pensar.
En definitiva, no
estamos apostando por una cultura exclusivamente científica, pero tampoco es
una buena idea fomentar en exclusiva la cultura literaria; por eso desde estas
líneas apostamos por la unidad de la cultura y del conocimiento, y por tanto de
la práctica lectora total, siendo conscientes de que esto supone una ruptura
con lo que se viene haciendo. Los
artífices necesarios de esta ruptura no pueden ser otros que los medios de
comunicación, las publicaciones periódicas (especializadas o no) los centros
educativos, las bibliotecas y las familias. Cuando se consiga una relación más
estrecha y natural entre letras y ciencias se estará en el camino de normalizar
la relación del lector con la ciencia.
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