martes, 18 de junio de 2013

LAS CIENCIAS Y LA ANIMACIÓN A LA LECTURA



Paciano Merino
Profesor de Hª y Geografía en
 Secundaria y Bachillerato
 (Artículo publicado en Peonza Nº 93, junio 2010)

En este artículo se aborda la indiferencia mutua, cuando no los desencuentros, que tradicionalmente se han profesado literatos y científicos; el autor sostiene que dichas relaciones han influido negativamente en las propuestas lectoras y en último término en los itinerarios lectores resultantes; serían los daños colaterales que desde otros niveles, inconscientemente, se siguen reproduciendo.

Desdenes y desencuentros

Es sabido que hallazgos como los conseguidos por Newton, Darwin, Einstein o Fleming han modificado de manera significativa la vida de los seres humanos, así como la propia percepción del hombre y del mundo. Y sin embargo estas poderosas mentes son grandes desconocidas para la mayoría de la población, incluso para sectores considerados buenos lectores.
Son famosas a este respecto algunas opiniones peyorativas recíprocamente vertidas entre literatos y científicos. Recordemos aquí la afirmación de Keats al responsabilizar a Newton de haber destruido la poesía del arco iris al reducir el fenómeno a un conjunto de colores del prisma; o la opinión de poetas como Yeats o Blake que creían que la ciencia destruía la capacidad humana para el sentimiento y eliminaba el asombro y la belleza del mundo.
También es conocido el desdén que algunos científicos han mostrado por las obras de ficción y en general por todo aquello que según ellos distrae la concentración y rebaja el rigor. Estos frecuentes desencuentros han favorecido poco el acercamiento entre ambas manifestaciones de la mente humana y será el científico y literato británico Charles Percy Snow quien en 1959 planteó en una famosa conferencia (Las dos culturas y La revolución científica) la necesidad de superar el abismo que se abre entre ambas facetas del intelecto humano.

Ciñéndonos al caso de España, tradicionalmente el cisma entre ciencias y letras ha sido más acusado y el reproche suele recaer sobre los humanistas. Así para el físico e historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron es más fácil encontrar a un humanista completamente ignorante y desinteresado de  las materias científicas que a un científico ignorante de las humanistas. La situación pudo envenenarse aún más en los noventa del siglo pasado cuando con ocasión de la elaboración de la ley de Educación, la asignación de disciplinas en Secundaria se convirtió en una cuestión de reparto de carga horaria a un colectivo en detrimento de otro reavivando de nuevo la polémica contagiada ahora por intereses gremiales.  

Es evidente que los lectores no hemos salido indemnes de estas constantes refriegas; y la influencia perniciosa de algunas de estas actitudes ha salpicado inconscientemente muchos hábitos e itinerarios lectores.


Por eso no está demás recordar aquí a grandes escritores que se han nutrido de descubrimientos científicos para crear sus historias: Julio Verne, H.G. Wells, Orwell o Aldous Huxley; en otro nivel también podemos hacer referencia a la gran pléyade de autores de ciencia ficción encabezados por Asimov; ciertamente interesante es el caso de Bertrand Russell, filósofo, premio Nobel de Literatura y gran matemático.

Conocimiento y razón
Nos unimos a la corriente de opinión que quiere luchar contra los tópicos, que piensa que el mundo de las letras y el de las ciencias no son cosas tan diferentes,  que recuerda que la ciencia también forma parte del pensamiento humano y que reivindica la unidad del  conocimiento.
Convengamos en que sólo con (y desde) la ciencia se puede garantizar el gobierno de  la razón en el conocimiento humano frente a supercherías, iluminaciones o fanatismos, tomen éstas manifestaciones las formas que se quiera: ciencias ocultas, astrología, antidarwinismo, etc.
Pero además podemos encontrar muchos puntos en común entre la literatura y la ciencia, pues tanto en el científico como en el literato hay un inequívoco intento de comprensión del mundo. Y en último término en ambos caso se trabaja con palabras plenas de significado y con ideas que buscan explicar y explicarse.

Algunos historiadores de la ciencia ven a ésta como un intento inseguro de predecir sucesos, otros la elevan al rango de actividad cuyo propósito es investigar la verdad, y para el gran Thomas S. Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas) quizás sólo haya detrás de la actividad científica el interés de resolver rompecabezas; observemos que esta última acepción podría aplicarse también a muchas obras literarias.
La divulgación científica necesita pues un estatus que la haga merecedora de la atención de los lectores como una manifestación más del ingenio creativo del hombre; quizás debería ser considerada como un verdadero género. Y es que cuando estas obras divulgativas están concebidas desde la amenidad y claridad en cómo se dice y desde la hondura y lucidez de lo que se dice, ¿cómo negar que también pueden resultar apasionantes? ¿Cómo no sentir la odisea de la especie humana como una aventura fascinante?  Ciertamente en los libros científicos también puede haber emociones y  sentimientos.
Conseguir un libro científico atractivo supone apartar lo oscuro, lo tedioso, lo especializado, e incorporar lo humano, la alegría, la emoción, la aventura de descubrir algo nuevo, la belleza que a veces revela lo descubierto o la apasionante hazaña que supone la búsqueda del conocimiento. Pero estas propiedades también son aplicables a los libros de ficción. ¿Por qué pues no incluirlos entre las propuestas de lectura?

Daños colaterales
Una posible respuesta a esta última pregunta está en las repercusiones negativas de ese distanciamiento entre humanistas y científicos al que aludíamos más arriba y que se ha transvasado a otras capas culturales. Son los daños colaterales de una guerra de indiferencias mutuas. De esta forma se ha ido consolidando y generalizando una tendencia a asociar la práctica de la lectura con la novela y el cuento, es decir con la narrativa. Las revistas empeñadas en fomentar tan loable intento contribuyen a reforzar y estrechar dicha asociación; es lógico que sea así porque dichas publicaciones se autodefinen como de literatura o de literatura infantil y juvenil; los consejos de redacción suelen estar conformados por miembros relacionados fundamentalmente con el área de Lengua y Literatura tanto desde el campo de la enseñanza  como del de la escritura y la edición; y los libros que se potencian son de entretenimiento y de ficción literaria. El mensaje que se está enviando es nítido: el hábito de la lectura se consigue con libros de literatura.

Sin embargo, aunque esto siempre se ha hecho así, ni los resultados son tan espectaculares, ni los avala una trayectoria tan larga, ni desde luego es la única opción; es cierto que la fórmula narrativa parece la más natural (por tradicional), y quizás sea la mejor, pero los que tenemos la responsabilidad de mediar entre el niño o el joven lector y el libro deberíamos abrir con más frecuencia el horizonte de lecturas a otros contenidos y estructuras textuales. Aparte de las ya señaladas se pueden añadir dos razones más; una, porque si se trata de fomentar la lectura, cuantos más contenidos exploremos más posibilidades hay de captar intereses que arrastren hacia este hábito intelectual; la segunda, porque si desde las primeras etapas hay que contemplar el hecho lector como algo cotidiano, la familiarización de los diversos itinerarios lectores de nuestros niños y jóvenes con lecturas que describen, explican, o interpretan nuestro cuerpo, nuestra vida cotidiana, nuestro entorno, nuestro planeta o el universo, estaremos formando un verdadero lector, un lector total desde el inicio de dicho itinerario. Al tiempo que rompemos la relación tan exclusiva, y sesgada, de lectura y narración, conformamos una imagen de lectura más completa  y  proyectamos un perfil lector más rico y complejo; un lector no sólo que disfrute de la imaginación creativa, sino que vibre con la curiosidad científica por conocer y experimente el gusto intelectual por reflexionar; en fin formaremos así un lector con mayor capacidad para afrontar el enigma de su vida, más consciente de los retos de la sociedad y más lúcido en el análisis de los mismos.

Realidad y deseo
Si bien es cierto que la lectura puede concebirse como un mero entretenimiento en las primeras etapas, también lo es que debemos  propiciar momentos, a medida que la edad y la formación nos lo aconsejen, en los que vayamos buscando un tipo de lectura más madura. Hay libros de literatura que pueden ayudar a esta transición, ciertamente, pero si está acostumbrado a leer otros tipos de libros, libros informativos que le han ayudado a situarse en el planeta Tierra, en la sociedad humana, en su entorno, en su familia o en su propio cuerpo, esta transición hacia una lectura más madura y compleja la hará imperceptiblemente, naturalmente, conducido por sus propias lecturas.

Por lo demás, en una sociedad en la que la ciencia influye cada vez más en nuestras vidas y se vuelve más compleja y especializada, es necesario que sus miembros tomen conciencia del poder de aquélla (también de sus limitaciones), estén al tanto de los avances que se produzcan y entiendan las publicaciones.

Si aceptamos que cultura menos ciencia es igual a humanidades, debemos reconocer que potenciando un lector de humanidades estamos sustrayendo una importante dimensión cultural a ese lector; además le estamos privando de la oportunidad de  vibrar con los hallazgos científicos, de concebir el conocimiento como una aventura humana y de experimentar el placer de  pensar.

En definitiva, no estamos apostando por una cultura exclusivamente científica, pero tampoco es una buena idea fomentar en exclusiva la cultura literaria; por eso desde estas líneas apostamos por la unidad de la cultura y del conocimiento, y por tanto de la práctica lectora total, siendo conscientes de que esto supone una ruptura con lo que se viene haciendo.  Los artífices necesarios de esta ruptura no pueden ser otros que los medios de comunicación, las publicaciones periódicas (especializadas o no) los centros educativos, las bibliotecas y las familias. Cuando se consiga una relación más estrecha y natural entre letras y ciencias se estará en el camino de normalizar la relación del lector con la ciencia.

El reto es de los que valen la pena aceptar.

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