martes, 6 de octubre de 2015

LITERATURA CLÁSICA VERSUS LITERATURA DE DISEÑO (y III)

e.) El bosque no deja ver los árboles
             Pero ese salto será imperceptible o incluso no será necesario  por estar ya en la otra orilla cuando el lector se topa con un clásico juvenil. Aquí está la verdadera piedra filosofal. El peligro del auge comercial de la literatura juvenil estriba en que los buenos libros corren el serio riesgo de no ser descubiertos.  Varios escritores están llamando la atención acerca de este fenómeno, como por ejemplo Roald Dahl. Estamos ante unas edades en las que no nos podemos conformar con acostumbrar a los jóvenes a leer, sino que debemos enseñarles a reconocer los buenos libros. No estamos en contra de una oferta copiosa ya que consideramos que contribuye a aumentar el número de lectores. Pero todos somos conscientes de que muchas obras que salen al mercado son mediocres, oportunistas, que se apoyan en los hábitos del mercado consumista (se consume lo que se promociona; se promociona lo que acaba de salir; el éxito de ventas está en función de la promoción). Pero el bosque no debe impedir apreciar la singularidad de algunos árboles. No sólo se trata de leer más, sino de leer mejor sabiendo lo que se lee y eligiendo con sólido criterio lo que se va a leer. No sólo debemos formar buenos lectores, sino que debemos conseguir lectores de buena literatura.   


             f.) Del boom al canon también en literatura infantil y juvenil   Todo lo  que antecede nos obliga a hacernos algunas preguntas: ¿Cuánto hay de marketing en el "boom" de la literatura juvenil? ¿De qué manera influyen los profesores y "especialistas" en literatura juvenil recomendando tal libro o tal autor en el éxito comercial de algunos autores? Otras veces los profesores hemos visto cualidades didácticas, valores ecológicos, de tolerancia, etc. en un libro y ese ha sido el móvil que nos ha llevado a recomendarlo. Sin embargo, y por muy nobles que nos parezcan estos motivos, si no hay más, ayudan poco a favorecer el gusto por la buena literatura; nos estamos refiriendo a la manifestación artística que está sustentada en valores poéticos y en criterios estéticos, siendo el uso del lenguaje literario uno de los ejes primordiales; es ese estilo personal pleno de frescura, naturalidad y sencillez aunque sin caer en la trivialidad.
             Todo ello nos obliga a abordar esta cuestión de los éxitos literarios con los matices y las reservas necesarias: sin olvidar la responsabilidad que en ello tenemos los profesionales implicados en este ámbito. Porque si aceptamos la importancia que tiene la Escuela en la formación de lectores, debemos asumir que también el tipo de libros o de autores que estos incipientes lectores recrean son los que en parte nosotros promocionamos. Ahora bien ¿Qué criterios seguimos los profesores cuando recomendamos libros? ¿Qué papel juega en estas decisiones el precio, la colección, el diseño, la campaña de lanzamiento, o la audaz distribución?  ¿Y en qué lugar queda ese espacio simbólico de la expresión y exploración de la condición humana que llamamos verdaderamente Literatura?
             Nada de lo que decimos aquí es especialmente novedoso y especialistas con  autoridad lo han señalado anteriormente; pero pensamos que es conveniente volver reiteradamente sobre este aspecto para provocar una necesaria y constante reflexión sobre el mismo, corregir algunos hábitos, replantearse algunas prácticas y tratar de evitar algunos usos.
              

             Y para terminar, y como cerrando un bucle, volvamos a la idea inicial; aceptemos pues, que es necesario mantener un concepto jerárquico de la literatura ya que a fin de cuentas se trata de salvar aquellas obras universales que por serlo no deben desaparecer; es un problema de supervivencia pero también de caducidad. Es necesario que algunas desaparezcan, que muchas desaparezcan, para que otras permanezcan al tiempo que se cede el puesto a nuevas propuestas y nuevos ensayos que aspiran a la inmortalidad, verdadera vocación de toda obra literaria.  Este intento de medir lo inconmensurable, de poner puertas al campo, es una garantía de la existencia misma de la literatura.  Para ello hay que reivindicar la jerarquía estética, porque no todo vale, ni mucho menos vale todo para siempre. Los valores estéticos no son meramente opinables. El reto sigue ahí.

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