martes, 12 de abril de 2016

LEER Y CRECER, DOS CONCEPTOS COMPLEMENTARIOS, DOS CAMINOS PARALELOS (II)

                           Ser (lector) o saber (leer) ; ésta es la cuestión.
                           Es evidente que el primer término de esta falsa disyuntiva no se puede sostener sin haber conseguido el segundo. Pero este último solo, sería escaso y su esfuerzo un auténtico derroche para tan pobres resultados. No nos podemos conformar con que la escuela proporcione los recursos y el entrenamiento necesarios para dominar la técnica de la lectura. El objetivo del profesor no puede ser enseñar a leer, sino conseguir que a los alumnos les guste la lectura. La meta del alumno no puede ser aprender a leer, sino adquirir el hábito cotidiano de la práctica lectora. 

                            Como ya hemos visto, el acto de leer supone el desencadenamiento de numerosos automatismos psico‑fisiológicos y la puesta en funcionamiento de otros tantos hábitos intelectuales; sin embargo a nosotros no nos interesa  sólo valorar la capacidad de leer (aptitud que concedemos a todo estudiante que termina la Escolaridad Obligatoria) sino la calidad lectora y su práctica habitual. El hábito lector supone un grado de complejidad aún mayor pues como ha quedado dicho integra a numerosos hábitos y automatismos en un proceso superior. Este es nuestro objetivo y entendemos que éste debe ser el objetivo primordial de un Centro Educativo; no tanto enseñar a leer como hacer lectores. Buen lector no es el que sabe leer bien sino el que lee mucho y disfruta con la lectura.            

                           Enseñar a leer o fomentar el hábito lector
                           Por eso el maestro de primaria y el profesor de secundaria deben ser exigentes ante la práctica de la lectura; exigentes consigo mismos que no con los niños; exigentes en el sentido de no bajar la guardia. Nunca se aprende del todo a leer mientras no se haya cogido el hábito lector; y una de las condiciones para la adquisición de éste es que la lectura no suponga el más mínimo esfuerzo. Aprender a leer es habituarse a leer. Y si el hábito se pierde el docente tiene que retomar este aprendizaje mejorando las habilidades lectoras y rastreando libros y temas que puedan conectar una y otra vez con los intereses del lector reticente o desertor.                         
   Siendo el profesor consciente de que el nivel lector debe crecer con la edad estará atento a su desarrollo enriqueciendo la capacidad lectora a medida que evoluciona fisiológica y mentalmente. Y si entendemos que esto debe ser una norma y un objetivo básico desde el punto de vista académico y profesional para el docente, no así para el alumno para quien esta exigencia será imperceptible. La imposición provocaría el efecto contrario del que realmente se persigue. Con cierta frecuencia la obligación genera rechazo. 
                           Y es que, insistimos, no se trata de que el alumno aprenda a leer, sino que quiera leer. Por esto la labor docente debe ir dirigida a "cultivar el gusto por la lectura".  Este debe ser el verdadero objetivo. De ahí que entendamos la práctica de la lectura en el contexto de continuidad de la enseñanza, de forma que el desarrollo de la persona lleve parejo el desarrollo de las habilidades lectoras. Concebimos la capacidad de leer como una práctica que debe mejorar constantemente, asegurando el dominio progresivo de las habilidades lectoras. Creemos pues en el perfeccionamiento permanente de la lectura, pero eso sí, cuidando que la experiencia sea siempre placentera. Pensamos que éste es el mejor camino para formar actitudes positivas ante la lectura. Para acudir voluntariamente al libro hay que leer sin esfuerzo y  encontrar satisfacción en lo que se lee. Una base lectora deficiente dificulta la comprensión, impide el deleite literario y provoca la huida del libro. Muchas de las deserciones de la lectura en los últimos cursos de Primaria y de Secundaria tienen su raíz en esta causa. No nos cansaremos de repetir que la calidad y el nivel de lectura deben ir parejos y creciendo con el alumno, de la misma forma que los libros y los temas deben ir adaptándose a los cambios  que experimentan los estudiantes en el plano físico, intelectual, emocional, y social. Cuando esto no se da se produce el desencuentro.
 
                           Por la actitud positiva al hábito lector
                           A lo largo del artículo se ha venido incidiendo en el extremo cuidado que la labor docente debe de poner en esta práctica educativa. De la atmósfera que aquí se genere dependerá el desarrollo de actitudes favorables y de vivencias gratificantes. Sin resultar rutinario ni impositivo, el acercamiento constante a la experiencia lectora debe estar presidido por el poder de atracción de ésta. Es junto con el perfecto dominio de las destrezas lectoras los dos grandes factores que permitirán el nacimiento y fortalecimiento del hábito lector. Pero la formación y el mantenimiento sostenido del hábito requiere un tiempo de larga duración. Previo a él es necesario el desarrollo y cultivo de actitudes positivas hacia el libro y la lectura que exigen un tiempo de duración media. Por último la adquisición de las destrezas básicas para leer son asumibles en un tiempo relativamente corto; la perfección y agilidad lectoras se irán incorporando a medida que la práctica de la lectura y la estrategia educativa vayan proporcionando situaciones estimulantes que favorezcan las actitudes  motivadoras; estos son los primeros cimientos (aunque no los únicos) del futuro hábito lector. 
                           Vemos pues que la formación de éste hábito debe formar parte del proyecto educativo de un Centro, pero no de manera teórica, sino como objetivo que desde aquí se proyecte a los contenidos curriculares de etapa y de ésta a las programaciones de área, de nivel y de aula. Y esto desde el primer momento en que el niño empieza a tener contacto con los libros hasta que termina la Educación Secundaria Obligatoria. Aspectos como la forma en que los métodos de enseñanza/aprendizaje de la lectura pueden condicionar el nivel y calidad de ésta, así como la propia consolidación del hábito lector, sería motivo de reflexión para otro artículo, pero no queremos dejar pasar esta oportunidad sin apuntar algunas consideraciones.

                           Los métodos que parten del reconocimiento de letras, de sílabas o de fonemas para la enseñanza de la lectura siguen estando bastante extendidos; puede encontrarse una explicación de esto en la necesidad de ofrecer resultados inmediatos, especialmente ante los padres. Sin embargo estos sistemas de aprendizaje suponen un esfuerzo intelectual superior para el niño y dificultan el aumento de la velocidad lectora en los primeros años, pudiendo llegar a hipotecar la calidad lectora futura del alumno.

 Los métodos que parten del reconocimiento global de las palabras en principio pueden arrojar resultados menos inmediatos que los anteriores; sin embargo esta apreciación sería engañosa, ya que con estos sistemas se están poniendo ya en funcionamiento todas las destrezas intelectuales que permitirán a la larga una mayor adaptabilidad; al partir de la utilización de campos visuales más amplios (las palabras, primera unidad de sentido), estamos favoreciendo desde el primer momento la lectura comprensiva, al tiempo que estimulamos posibles hipótesis del sentido de las que vienen a continuación (anticipación). Esta colaboración del niño o de la niña con el contenido, principio de la interacción lector‑texto, será clave para  la mejora permanente del nivel de lectura y en definitiva favorecerá el perfil del lector activo que estamos proponiendo. (Publicado en Peonza nº 40, Mayo, 1987)

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