martes, 19 de abril de 2016

LEER Y CRECER, DOS CONCEPTOS COMPLEMENTARIOS, DOS CAMINOS PARALELOS (y III)

                           El fracaso de la lectura es el fracaso escolar
                           Después de lo que se ha dicho, es indudable que si la escuela debe fomentar  y consolidar determinados hábitos intelectuales, uno de los de mayor trascendencia para el futuro del alumno es el de la lectura.  Es pues decisiva la elaboración de las estrategias educativas encaminadas a la formación y fortalecimiento de dicho hábito y su desarrollo en un tiempo largo. Dicha formación pasa por el establecimiento de  una atmósfera placentera en torno al libro y esto implica la propuesta de un cierto concepto de felicidad. La generación de hábitos lectores vendrá por la necesidad de leer. Y este sentimiento es el que tenemos que despertar desde las actitudes positivas que previamente hemos desarrollado. Ese placer íntimo que produce la lectura es el deleite que el niño debe buscar cuando coja un libro.  

                           Pero aun siendo éste el primer objetivo, el niño empieza a ser consciente de que con la lectura se ensancha su horizonte vivencial enriqueciéndose exponencialmente su mundo interior. Por otro lado va aprendiendo destrezas (describir, comprender, clasificar, abstraer) que serán la base de los aprendizajes escolares. Si no hay hábito lector cuesta más estudiar; si falta agilidad y soltura, leer supondrá un esfuerzo, que se sobreañadirá al que ya de por sí supone el comprender. En cierta manera podemos afirmar que el fracaso escolar es el fracaso de la lectura;  en la raíz de ambos fracasos estaría la quiebra de la igualdad de oportunidades que la institución escolar pretende atajar, porque no debemos olvidar el papel del entorno y el modelo familiar en la conformación de estos hábitos.

               

       Aquellos malos libros que tanto bien nos hicieron
                           Sin embargo es bien sabido que la conducta humana no responde a un modelo uniforme, ni podemos aspirar a que los resultados tengan la lógica del laboratorio o la predecibilidad de la máquina, afortunadamente. Por el contrario, en el comportamiento humano hay una componente original y autónoma que depende del estado interno y que a su vez se va modificando con las entradas o estímulos exteriores; en efecto, el estado interno de cada niño es distinto, va variando con la experiencia y la experiencia es distinta en cada niño. Sabemos que nuestra intervención exterior puede producir cambios (influencias o perturbaciones) pero nada puede ser determinado ni  completamente predecible. No podemos aplicar una simple interpretación causa‑efecto de manera tan lineal.
                           Nada pues de lo que se ha dicho aquí pretende acotar en exclusiva los caminos que conducen a la lectura, ni podemos asegurar que éstos lleven siempre al objetivo deseado con todos los niños y niñas.
                           Qué decir, por ejemplo de esa generación de lectores que se aficionó con autores hoy casi innombrables (Carlos de Santander, Marcial Lafuente Estefanía,...) o ignorados, cuando no maltratados por la crítica (Enid Blyton, J.L. Martín Vigil,...). Libros que durante un tiempo hicieron de salvavidas de muchos lectores hasta desembarcar en buen puerto. Libros que encendieron y mantuvieron viva la llama de la lectura a falta de otra cosa más interesante y accesible.   
            Tantos lectores que se formaron a pesar de la escuela y de las propuestas de ésta.   Y es que al final, y como ya hemos dicho, en el tema de los hábitos de lectura y en el tipo de libros más adecuados para fomentarlo nadie tiene la última palabra ni hay fórmulas precisas para su aplicación.  Quizás sea mejor así.    (Publicado en Peonza nº 40, Mayo, 1987)  

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