viernes, 22 de septiembre de 2017

El árbol

Autor: John Fowles
Traductora: Pilar Adón
Editorial: Impedimenta, Madrid, 2015. 16 €

El presente ensayo fue publicado por primera vez en 1979, aunque no ha perdido vigencia. El novelista británico que lo firma arremete contra las ideas y prácticas que cultivan, podan y controlan  los árboles de los  jardines traseros de las casas familiares, como lo vivió él mismo en su infancia. Y frente a ese conjunto artificial de plantas modificadas por el hombre, nuestro autor contrapone el bosque natural, no humanizado, salvaje en su frondosidad y con toda la vida bullendo dentro.  

En este mismo sentido critica el afán del hombre occidental por aislar, describir, analizar, dividir y clasificar lo que nos rodea, que es lo que hace la ciencia. Él cree que de esta forma crece el desapego emocional e intelectual del propio espacio natural, se nos condiciona y se nos impide ver la naturaleza globalmente, aprehenderla en su conjunto y disfrutarla existencialmente. Parecería así compartir  la idea vertida por Keats de que la ciencia se opone al arte.  Como es sabido, para el poeta romántico John Keats, Newton destruyó la poesía del arco iris al reducirlo a una mera descomposición de la luz reflejada por un prisma transparente.  Fowles no llega a ese extremo; lo que busca es impulsar una reflexión más profunda sobre el modo de vida que nos aleja artificialmente de la naturaleza sustrayéndonos así a la posibilidad de experimentar el latido de la naturaleza, ese sentido íntimo que apela a nuestro sentimiento interior.

Reivindica así el mantenimiento de la capacidad humana para el asombro,  la emoción y la belleza para conocer, experimentar y disfrutar de la naturaleza y hacer de esta vivencia un arte en sí mismo.
Rescata también el sentido metafórico del bosque, como el escenario de héroes, doncellas, dragones y castillos misteriosos; alude a la valoración moral medieval por los riesgos de adulterio,  tentaciones diversas, magias, brujería y otros peligros; y reclama, su misteriosa atmósfera, sus silencios, sus pasillos, y esa paz profunda e  intensa que sobrecoge al ser humano.  
Finalmente reconocerá que lo que se experimenta en un bosque no se puede reproducir ni trasmitir, porque a esta experiencia solo se puede llegar a través de los propios sentidos.

Estamos pues ante una reflexión provocadora sobre la separación entre la naturaleza y el hombre. Pero este ensayo también es una profunda meditación sobre el misterio del arte, los itinerarios de la creación y sus inexplicables fuentes de inspiración.
Lo disfrutarán los buenos lectores amantes del arte en general y de la naturaleza en estado puro.
(Publicado en Peonza Nº 116)

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