martes, 20 de agosto de 2013

La idea de progreso (III)


La eficacia social de una idea controvertida
Independientemente de la certeza o no de la teoría de progreso como camino hacia un estadio de la civilización cada vez más perfecto, lo que nos interesa ahora es valorar hasta qué punto dicha idea ha influido en el desarrollo histórico de los últimos siglos de la Humanidad.   
Es cierto que se podrían citar grandes aberraciones cometidas en nombre del progreso, pero también lo es que este optimismo histórico ha tenido una influencia saludable en los avances de la ciencia, el racionalismo, la lucha por la libertad, la justicia, o la igualdad. Como multívoca que es, esta idea se presta a interpretaciones controvertidas, pero a pesar de tal controversia nos alineamos con los que mantienen que la idea de progreso ha contribuido más que ninguna otra a alimentar la esperanza y la confianza de la Humanidad en la posibilidad de cambiar y mejorar el mundo.[1] No ya desde la fe ciega en el progreso, sino desde la consciencia racional del ser humano responsable de sus actos.

Cierto es que incluso dentro de sus defensores la noción de progreso ha tenido variantes muy significativas: para unos consistiría en el perfeccionamiento de los diversos conocimientos técnicos y científicos; para otros el verdadero progreso se centraría en la victoria progresiva de la razón, en la mejora de la situación moral del hombre y en su felicidad; por último habría un tercer grupo que mantendría que estas dos tendencias se relacionan inversamente, o lo que es lo mismo, que cuanto más avanzan los progresos científicos y técnicos más amenazada estaría la felicidad espiritual y el perfeccionamiento moral de la Humanidad[2].



Sin embargo la experiencia histórica del siglo XX nos dice que el debate es más complejo al proporcionar nuevos argumentos a todas las posiciones anteriores y al aplicarlos a un mundo globalizado al tiempo que polarizado.  

Con respecto al primero de estos aspectos las recientes publicaciones sobre el tema hacen una crítica severa al concepto de progreso desarrollista inmerso en una carrera suicida encaminada al agotamiento de los recursos del planeta[3]; es el problema de identificar progreso con crecimiento económico. 
El atractivo de la ideología del progreso material de los últimos siglos ha estado en los espectaculares efectos económicos en el corto plazo; pero hoy más que nunca somos conscientes de que el modelo consumista exige una sobreexplotación de recursos incompatible con la sostenibilidad ambiental y la supervivencia del propio sistema; tal desarrollismo  no lleva a la utopía sino a la autodestrucción; pero además dicho modelo tampoco contribuye a aumentar la felicidad, sino a la ansiedad y la frustración crecientes. 
Por eso la nueva economía de la felicidad habla de que a partir de cierto nivel de satisfacción lo que hace feliz a los individuos no es el aumento del consumo sino la realización personal y la gratificación de las relaciones sociales[4].  

Con respecto a la polarización mundial entre países ricos y pobres es evidente que en el Sur político la noción de progreso tiene un fuerte contenido material (para quien sube a un cayuco, la utopía es Canarias), mientras que en el Norte hoy el progreso debe tener una componente fundamentalmente moral, supeditándose las aplicaciones técnicas a la Ética; más importante que el cómo se puede hacer ha de ser el cómo se debe actuar

La Declaración de los Derechos Humanos se erige así en uno de los más importantes valores asumidos por la sociedad occidental y extensibles a toda la Humanidad.
(PM) A partir del artículo "El aguijón utópico" publicado en Peonza Nº 79-80.

[1] Bury, J.: La idea de progreso. Editorial Alianza. Madrid, 1971. (p. 61)
[2] Nisbet, R.: Historia de la idea de progreso. Editorial Gedisa. Barcelona 1980
[3] Wright, R.: Breve historia del progreso. ¿Hemos aprendido por fin las lecciones del pasado? Editorial
                     Urano. Barcelona, 2006.
[4] Hamilton, C.: El  fetiche del crecimiento. Editorial Laetoli. Pamplona, 2006

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