martes, 8 de noviembre de 2016

¡Puta Guerra!

Autor: Jacques Tadi  
Documentalista: Jean-Pierre Verney
Editorial: Norma, Barcelona, 2010

Cuando los poderes que deciden entrar en una guerra se conjuran cada uno por su lado en combatir hasta la victoria decisiva, el resultado es una hecatombe, una gran calamidad, un cataclismo producido por la política deliberada de los gobernantes, una catástrofe de dimensiones gigantescas por ambos lados. Si además, en cada grupo de aliados se alimenta la esperanza de contar con el concurso de nuevos países que se vayan sumando a su causa la continuación de la carnicería estará asegurada y por muy escandalosa que ésta sea tendrá su justificación y su sentido. El juego era un póquer macabro en el que para mantenerse en la partida había que estar dispuesto a poner más muertos que el contrincante sobre la mesa. Ese fue el juego en el que se vieron inmersos los soldados de la Primer Gran Guerra, evento que cuando se inició se pensó que sería una cuestión de meses, poco a poco se fue convirtiendo en una guerra europea y terminó en una guerra mundial; acontecimiento incómodo desde cualquier ideología. Esa es la sensación que deja entrever el guión de esta novela gráfica.  
 La locura además es que fue una guerra deseada en muchos aspectos y por ambas partes. El espíritu militar se había apoderado de gran parte de la sociedad, las exhibiciones militares formaban parte de la vida pública y privada y el idealismo patriota era ya una fuerza avasalladora. (Los gobernantes se sintieron muy presionados para actuar como lo hicieron. Según el historiador Chistopher Clark)


La flamante civilización europea se doblega ante los antagonismos nacionales. Las opiniones públicas se exacerban. Los individuos quedan empequeñecidos ante los mecanismos implacables de las alianzas militares. Generales idolatrados por la prensa y venerados por la población.
Esta propuesta denuncia también cómo unos cuantos juegan con el destino de millones de hombres; y así a partir del 30 de julio, unos entusiasmados, otros maldiciendo, otros por disciplina, más de diez millones de hombres son llamados a filas.
Se plasman combates violentos, inciertos pero siempre sangrientos; al principio los franceses llevan uniformes impropios de la estación veraniega, denunciando así la ineptitud de los mandos.
Desfilan cientos, miles, cientos de miles de soldados (800.000 alemanes contra 800.000 franceses y 60.000 ingleses) en una inmensa confrontación violenta y mortífera. Se suceden los reclutamientos de gente corriente para sumar efectivos a los ejércitos profesionales: campesinos, artesanos, obreros, desempleados, buhoneros, tenderos, comerciantes, carniceros, oficinistas, maestros, banqueros, estudiantes, ponen más carne en el asador. Demasiados soldados para que la guerra acabe pronto; los ejércitos se desangran, (los soldados mueren como reses dirá el poeta inglés Wilfred Owen) pero hay mucha vida en exposición por ambos contendientes para que termine la contienda pronto como en un principio se pensó. Podía seguir derramándose todavía mucha más sangre, y se haría; el número de bajas podía ser inmenso; y lo fue. Con la aparición de las trincheras aumentan las heridas en la cabeza. El problema en una economía de guerra era si las fábricas y el hierro se empleaban en hacer obuses o en hacer cascos protectores.
Se improvisan hospitales y personal para gestionar los espantosos sufrimientos de tantos cuerpos mutilados, malheridos o desahuciados.  Y los combates continúan. 
En la retaguardia francesa la economía funciona con el esfuerzo de mujeres, ancianos y niños.
Con la nueva estación los soldados se enfrentan ahora también al frío, a la lluvia y posteriormente a la nieve invernal. Y esto no estaba previsto por lo que hay improvisar ropas. Con el invierno se entierran definitivamente las ilusiones y certidumbres populares de victoria rápida. La guerra se estanca y prolonga en las trincheras mientras los nervios de los soldados se hacen trizas. En pocos meses se ha pasado del idealismo encendido a la decepción, del fervor patriótico a la acumulación de brutales y traumáticas experiencias.

Continúa la guerra, continúa ensangrentándose la tierra y se multiplican los cementerios que jalonan la línea de fuego. La población nada sabe de esa abundancia de cruces: la censura amordaza a la prensa, se nos dice en una viñeta.

Los descubrimientos científicos e industriales se aplican a la lógica bélica de matar (gas tóxico, líquidos incendiarios arrojados por lanzallamas, morteros, coches blindados)…  Se trataba de formas de destrucción humana desconocidas hasta entonces,...todo ello aumentará el tormento, el drama, la angustia, el desgarro, la masacre, el lado más cruel e inhumano de aquel brutal infierno, la guerra. Algunos soldados se rinden, otros desertan,  otros se automutilan, otros se suicidan; los consejos de guerra se suceden.
Las trincheras son inmundas, fangosas, fétidas; la artillería enemiga se ceba con esos lugares causando innumerables bajas al tiempo que minan la moral. Y todo ello se plasma en magníficas viñetas. A veces papilla humana formada por la mezcla de agua, barro, botas, ropas y cadáveres. Atrocidad tras atrocidad.
Y lo más desolador,  que tras 29 meses de guerra a finales de 1916 los frentes apenas habían cambiado.

Empiezan los casos de desobediencia militar colectiva o de abandono del puesto, las insubordinaciones se propagan por todo el frente, actos de indisciplina militar que alarmaron a las autoridades.  Traiciones, deserciones,  espionaje,  manifestaciones contra la guerra en retaguardia, en las ciudades. Los motines se propagan y el pánico se apodera del gobierno. Los soldados ciudadanos se niegan a ser exclusivamente carne de cañón.  
Se acusa al pacifismo de algunos profesores, a la propaganda sindicalista, a una cierta prensa, pero la realidad es que se ha exigido demasiado de los hombres. Se ha llegado a un punto en el que los soldados temen más a sus propios mandos que al enemigo. No era para menos si juzgamos el absoluto desprecio por la vida de sus soldados.
Petain castiga pero busca soluciones y poco a poco se restablece la confianza.

Finalmente los alemanes se rinden. Habían sido 1561 días de angustia: los alegres clarines que en 1914 convocaban a la defensa de la nación eran sustituidos en 1919 por las fúnebres campanas que doblaban por los diez millones de muertos.

Nueve millones de combatientes muertos, trece millones de civiles muertos, veintiún millones de soldados heridos. Cuatro años de matanza.  Estas cifras aterradoras inmunizan la conciencia de quien las recibe cuando son repetidas una y otra vez. Se reduce la Gran Guerra a una estadística fría y distante. Pero cuando el relato nos pone cara y sentimientos a un puñado de esas víctimas nos conmovemos. Cuando el dibujante reproduce las caras rotas, los muñones ensangrentados, las condiciones infrahumanas de las trincheras compartidas con las ratas, ateridos de frío en invierno, asfixiados de calor en verano,  enfangados en el barro la mayor parte del año, la muerte rondando por doquier, el miedo atenazando a los combatientes…   el lector se estremece, se horroriza, se revuelve, se conciencia, se rebela contra todas la guerras.

Las viñetas son como pinceladas que subrayan las angustias personales de un puñado de protagonistas con nombre propio. No trata la guerra en masa donde el individuo se pierde en el anonimato de los ejércitos, sino desde la angustia del campesino, o del obrero, padre, novio o hijo que se ha visto arrebatado de su humilde vida rutinaria para formar parte de ese monstruoso engranaje que sirve a las necesidades que reclama la batalla. Desfilan tipos andrajosos, embarrados, malolientes, helados de frío, sin equipos apropiados, soterrados en sus madrigueras que se preguntan cuándo acabará toda aquella locura.
Las viñetas transmiten una enorme fuerza emocional devastadora. Demoledora.
Es la mejor propuesta para entender lo que ocurrió en las trincheras de la Gran Guerra.
En el primer año de guerra (1914) las viñetas aparecen con alegres colores azules, rojos, verdes y amarillos. A medida que se va recrudeciendo el combate y que las esperanzas de  una victoria rápida se van desvaneciendo (1915) comienzan a predominar los colores sobrios grises y negros, reducidas gamas de un azul o un verde agrisasdos y el rojo para la sangre. Sólo se recuperan los colores naturales cuando lo exigen las banderas. Transmiten la atmósfera de terror en las trincheras y de horror en los campos de cadáveres o de cruces.

Paisajes infernales que no cesan de rugir, de gemir y de estremecerse. Pueblos incendiados, montañas de cadáveres, columnas de inocentes refugiados huyendo de sus raíces, Testigos de las miserias inhumanas, de los combates sangrientos, de horrores inéditos hasta entonces. El punto de vista de los combatientes de a pie. Desfiles de mutilados de todo tipo y condición, de hombres horriblemente desfigurados, de huérfanos y de viudas.  Crecen los proveedores de prótesis.

No dibuja una guerra en blanco y negro porque tampoco es una historia de buenos y malos, sino una cuestión de víctimas y culpables. Las víctimas son los que están en el campo de batalla o los expulsados de los pueblos ocupados, los responsables son los políticos y militares que han llegado a esta situación. El color que predomina es el gris y sus variedades azuladas o verdosas. Las gotas de sangre son a veces el único color de una viñeta en  tono gris verdoso; otras veces son las insignias de un general los únicos destellos de color, o la cruz roja de los brazaletes de los enfermeros y de los camiones cargados de heridos.

Abunda en detalles que no se abordan en los tratados de historia pero que hacen la historia más cercana, más vívida, también más cinematográfica. Es una forma de acercar estos dramas a los jóvenes de hoy, ayudándoles a diferenciar la Primera de la Segunda guerra Mundial.
Obra intensa y apasionada, envolvente; sobrecogedora, devastadora. Que nos arrastra a la esencia de la guerra y la experiencia vívida del combate.
Los protagonistas son las víctimas que son homenajeadas por el dibujante, sensibilizado por la historia personal de su abuelo víctima de la Primera Guerra Mundial y su padre víctima de la Segunda.

Más que un álbum sobre la guerra, éste es un álbum sobre la destrucción del individuo por la guerra, sobre el sinsentido de la guerra desde sus víctimas en el frente, sobre el sufrimiento, la angustia y la desesperanza de los pobres infelices que se han visto arrollados por las ambiciones políticas, la incompetencia militar y la oleada patriótica.
Apela a las emociones, al dolor, a la indignación, a la piedad.

Comprometido con la memoria histórica de su país y de su familia, aborda la violencia de la guerra profundizando en aspectos de fundamentales de las realidades humanas más atroces; aporta así importantes matices a la mirada histórica. También busca rehabilitar a quienes fueron fusilados por rebelarse ante la desastrosa ofensiva de un inepto general.
Voluntad de transmitir memorias con vocación pedagógica, con un realismo estremecedor. Enorme capacidad y destreza para plasmar situaciones verosímiles de un gran dramatismo. Incluso los historiadores admiten el rigor y la precisión.
Joya del antimilitarismo. Radicalmente pacifista.

A continuación del relato ilustrado, el investigador y documentalista Jean-Pierre Verney firma un Dossier sintético pero bien documentado del desarrollo de los acontecimientos desde 1914 hasta 1019. Se aborda con desenfado, agilidad y amplia información, a veces de detalles que no se recogen en los manuales de Historia, pero que añaden un vivo interés al contenido que se transmite.

No hay comentarios:

Publicar un comentario