martes, 7 de abril de 2015

Andrea y Los Seiscientos


Autores: Fernando Lalana y José María Almárcegui
Editorial: Oxford, Madrid, 2012   

Ni Andrea es una chica ni los Seiscientos son coches. Andrea es un cosmonauta de un país satélite de la URSS que ha aterrizado en una población del Levante español; su verdadero destino era San Remo en cuyo festival quería participar. Corría el año 1965 y en la carrera espacial, los soviéticos todavía llevaban ventaja a los norteamericanos. Los Seiscientos era el nombre de un grupo musical.
   
Tampoco tuvo tan mala suerte el astronauta al aterrizar en esa parte de la Península Ibérica; de todos es sabido la afición con la que en esas tierras utilizan la pirotecnia en sus fiestas y celebraciones. Esta maestría con los fuegos artificiales le vendrá bien a nuestro protagonista para poner de nuevo en funcionamiento el cohete espacial; la audacia de unos y la generosidad de otros harán posible el objetivo: nada menos que despegar de nuevo hacia su territorio particular que por alguna extraña razón está en el espacio orbitando sobre la Tierra como una especie de luna en miniatura.
El protagonismo coral lo completan la pandilla de chicos que acoge al joven astronauta y el reducido grupo de hombres maduros que se entusiasman con la idea de hacer funcionar aquel cohete en el que llegó el extranjero.

Eran los años de plomo de la Guerra Fría y los protagonistas más jóvenes del grupo lo vivían desde la ingenuidad de una pandilla de adolescentes que ignoraban que la ayuda que ellos concedían al joven astronauta les colocaba en el centro de un potencial conflicto bélico de dimensiones planetarias.
El ambiente del relato queda conformado por el verano, la playa, los turistas, las partidas de cartas, excursiones en bicicleta, noches de baile en los pueblos cercanos, cines de verano, primeros amores, grupos musicales y espías americanos y soviéticos.

Como se ha podido deducir hay muchos planteamientos disparatados en esta historia si bien se van resolviendo con cierto ingenio; ello hace que en todo momento se mantenga la tensión y ésta sostenga la atención. A veces las situaciones se apoyan en equívocos que destilan cierto humor, pero en general la inverosimilitud como denominador común de la mayoría de las vicisitudes del relato sólo funcionan porque estamos ante un juego cuyas reglas el lector acepta; es la complicidad que el texto demanda si el lector quiere entretenerse, participar en el juego y disfrutar con su lectura. No hay más pretensiones; tampoco se necesitan. (PM) Publicado en Peonza nº 108 marzo 2014


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