martes, 21 de abril de 2015

La lectura como gimnasia de mantenimiento (y III)


Las lecturas necesarias y la necesidad de diferenciarlas
Si no podemos ni debemos prescindir de Internet; si, por otro lado, es cierto que este medio está fomentando nuevos hábitos intelectuales; si también resulta cierto que estos nuevos hábitos están debilitando determinadas capacidades intelectuales; y por último, si tales circunstancias repercuten negativamente en la calidad lectora, entonces se impone desarrollar un aprendizaje de la lectura en paralelo dentro y fuera de la Red. Dentro, porque Internet es irrenunciable. Fuera, porque algunas de las habilidades intelectuales que una buena lectura requiere sabemos que se pueden conseguir desde soportes más simples. Evidentemente este aprendizaje hay que desarrollarlo a lo largo de toda la etapa escolar.
  

La distinción entre los dos tipos de lectura se hace necesaria porque el lector debe ser consciente de que está realizando actividades intelectuales diferentes, aunque en los dos casos esté leyendo. La amenaza para la lectura no está en Internet, sino en creer que desde éste se puede leer igual que desde fuera de él, en creer que ambas lecturas son la misma o en dejar que la práctica de una contamine a la otra.

Las posibilidades ilimitadas de información y la rapidez con la que se accede desde este medio digital apenas deja resquicio para que dicha información derive en conocimiento. El lector estará en mejores condiciones de conseguirlo si previamente ha fortalecido ese otro tipo de lectura que reclama serenidad, silencio, atención, reflexión y concentración; y eso, creo que por ahora, sólo lo podemos conseguir al margen del ruido y las luces de fondo del ciberespacio.

     
La lectura como gimnasia mental
A partir de este primer reto, la lectura que surja del sosiego y la reflexión será la llamada a convertirse en ese ejercicio intelectual al que nos referíamos en la píldora anterior. En efecto, la lectura, cual gimnasia neuronal, se nos presenta como una de las actividades mentales más completas para desarrollar y mantener el tono intelectual. Tan formidable deporte intelectual es insustituible si queremos desarrollar, estimular, potenciar o, simplemente, mantener capacidades intelectuales como la atención, la imaginación, la creatividad, la sensibilidad, la memoria, la reflexión, la profundidad, la introspección o el razonamiento.

El lector que realiza esta clase de lectura es el que aplica una forma especial de atención y de escucha; ese lector que es capaz de ver la realidad desde múltiples perspectivas; que ha desarrollado un criterio sólido para elegir las obras en función de sus necesidades; que adopta actitudes distintas en función de las obras que tiene delante; un lector que inquiere, que recrea y que se deja invadir por lo que el autor le está proponiendo. En suma, estamos pensando en un lector selectivo, que escoge porque sabe qué lectura merece la pena, por qué debe leerse y cómo debe ser leída.    


A su vez, esa forma de leer tiene que surgir de la demanda que la obra escrita exige. No  interesa tanto el libro que pide una lectura simple, banal o superficial, sino el que impone otra forma de leer y contribuye a elevar el nivel del lector; nos referimos a ese libro que no se deja dominar con una primera lectura porque no termina de decirlo todo; ese que se resiste a ser utilizado como algo de usar y tirar. Por eso no vale cualquier título, ni todos los que valen valen igual.


El papel del docente o intermediario surge a la hora de presentar, graduar las propuestas, animar o motivar al alumno. Si el medio es el mensaje, en algunos casos el medio también puede transformarse en masaje; del animador depende (cual fisioterapeuta mental) el que se convierta en un estímulo o en un lavado de cerebro.
La práctica lectora, como actividad cerebral que es, requiere un tiempo propio y una práctica sistemática, como también lo requiere el ejercicio físico. El modelo de lector sería así el del deportista intelectual y se caracterizaría por su constancia, su fuerza de voluntad, su espíritu de superación, su deseo de hacer cada vez lecturas más elevadas y su disfrute con todo ello; un deportista cuya competitividad la aplicaría a mejorar sus propios niveles de competencia lectora; un deportista por afición y entusiasmo. 

Los obesos mentales de ese futuro próximo serían aquellos que, dejándose llevar por la comodidad de la tecnología, no atendieran ni desarrollaran las capacidades y potencialidades del cerebro. Esa sería la diferencia entre un lector corriente, superficial y un lector competente y profundo.

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