martes, 10 de junio de 2014

El mercado en un campo de prisioneros


Entre 1943 y 1945 el Stalag VII A de Moosberg (Baviera), era un campo de prisioneros de los alemanes; en su interior había retenidos 50.000 soldados aliados que intercambiaban productos en función de sus posibilidades, sus apetencias y su necesidades funcionando como un auténtico mercado. Lo que se compraba y vendía en aquel lugar era el contenido de los paquetes de comida que repartía la Cruz Roja cada cierto período de tiempo. (Anxo Penalonga relata esta curiosa experiencia en Homo economicus Gestión 2000, Grupo Planeta. Barcelona 2011).      
Los productos que circulaban por el campo eran zanahorias, chocolate, cigarrillos, queso, jamón, margarina, café, te, jabón, etc.; y la  moneda de cambio era el tabaco; de modo que éste podía ser consumido o ser utilizado para comprar artículos. La cantidad más o menos grande de cigarrillos medía el valor de las cosas.

En tales condiciones, las leyes de la Oferta y la Demanda, las diferencias económicas entre los individuos, los precios de los bienes y servicios y las diversas clasificaciones de éstos, comenzaron a surgir de manera natural. Por ejemplo, cuando los prisioneros aliados descubrieron que era posible obtener un licor de considerable potencia con pasas y azúcar, ambos artículos dispararon su cotización en cigarrillos. Es lo que en economía se llaman Bienes complementarios porque no es posible consumir uno de los productos sin consumir también el otro, por tanto si uno aumenta su precio también lo hace el otro.

Cuando llegaba una remesa de cautivos franceses al campo subía el precio del café y bajaba el del ; porque al tiempo que crecía el número de demandantes de café crecía el de oferentes de té (los franceses se deshacían del té que les llegaba en los paquetes de la Cruz Roja). Es lo que se conoce como Bienes sustitutivos o excluyentes porque la utilización de uno descarta el interés por el otro que satisface la misma necesidad (té/café, sacarina/azúcar). Se producía a la inversa entre el té y el café cuando eran soldados ingleses los que engrosaban las filas de los detenidos. Similares variaciones también se producían cuando se trasladaba a un determinado contingente de soldados a otro campo.


Los prisioneros sijs (seguidores de una religión india que lucharon con los ingleses) negociaban en bloque el precio de sus latas de vacuno, dado que su religión no les permitía comer carne de vaca. A alguno de los grandes compradores les compensaba pagar más cigarrillos por hacerse con el jugoso lote indio. Al disponer de una gran cantidad del total que se movía en el mercado les permitía controlar el precio con lo que en la nueva venta compensaban sobradamente los cigarrillos extras que habían abonado a los sijs. Era un ejemplo de distorsión del mercado reduciendo la competencia.


Otro ejemplo de distorsión se producía cuando hacía calor ya que esta circunstancia incrementaba la demanda de jabón. Surgía entonces alguien que había acumulado pastillas de jabón cuando estaban muy baratas (en invierno) y las sacaba a la venta ahora a un precio elevado; se ponía en marcha lo que se denomina el poder de la escasez: cuanto más escaso es algo, más valioso resulta. 

Aparte de los paquetes de la Cruz Roja, llegaban también al campo  paquetes privados (generalmente para los soldados estadounidenses y canadienses) que contenían cigarrillos entre otros productos; éstos otorgaban a sus destinatarios el estatus de ricos y el mercado sufría las consecuencias de una nueva distorsión; pero más renta no significaba consumir más de todo, sino consumir otros bienes ya que podían incluso sobornar a los guardias del campo. Cuando la mermelada y la mantequilla escaseaban se redoblaban los sobornos a los soldados alemanes para que introdujeran margarina y jamón alemanes a cambio de numerosos cigarrillos. Pronto se corrió la voz entre el campo de que a los alemanes les interesaba más el chocolate que después revendían en el mercado negro de Munich a precios desorbitados. Con lo cual la tableta de chocolate subió su precio en cigarrillos. Era una de las ocasiones en las que la economía del campo, normalmente cerrada entraba en contacto con otras economías. Y aquí surge otra clasificación que según el incremento de la renta y la cantidad de los bienes que se demandan nos dice que éstos se pueden clasificar en bienes inferiores, normales y de lujo.


La demanda de los bienes inferiores (patatas, zanahorias) disminuía al aumentar la renta de los demandantes. La demanda y consumo de bienes normales (queso, café, jabón) aumentaba al incrementarse la renta de los demandantes. Los bienes de lujo (servicios de lavandería  y sastrería) solo se consumían cuando llegaban los cigarrillos extras de las familias.
En aquel ambiente los narradores y artistas solían actuar en los barracones para grupos de prisioneros a cambio de un pago colectivo. Pero también había quien se hacía con los servicios de un contador de cuentos privado que regalaba en gran sesión a todos los que compartían barracón con él para atemperar con este obsequio el malestar que pudiera suscitar la forma en la que había obtenido su posición económica muy por encima de la mayoría. 

En tales circunstancias no faltó el debate ético de si era justo que los no fumadores recibieran el mismo número de cigarrillos que los adictos al tabaco, de si era un acto de colaboracionismo comerciar con los guardianes alemanes o de si era inmoral que en épocas de escasez (cuando llevaban mucho tiempo sin recibir los paquetes de Cruz Roja) solo los que recibían paquetes privados con cigarrillos pudieran comprar.

 

En el campo de prisioneros no pasó nada que no suceda en el mundo real; comportamientos interesados, posiciones de fuerza o de abuso, impopularidad de los que negociaban con el enemigo o controlaban precios, y un mercado que no asignaba equilibradamente los recursos entre sus participantes, sino que agravaba las diferencias entre unos y otros. Por expresa   recomendación del oficial médico ciertos alimentos básicos cotizaban por debajo de su valor de mercado para evitar que algunos prisioneros vendiesen una parte demasiado grande de sus raciones en detrimento de su salud.      
                                                                                                  
Donde no hubo debate fue con las latas vacías de leche en polvo; gracias a ellas los reclusos de otro campo vecino, el Luft III, pudieron montar los tubos de ventilación de los túneles que posibilitó la fuga más célebre de la Segunda Guerra Mundial; así lo describió el exprisionero Tim Carrol en el libro The great escape, llevada al cine como La gran evasión, dirigida por John Sturgees y protagonizada por Steve McQueen.

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