martes, 24 de junio de 2014

El nacimiento de la escritura


Es conocido que la escritura nació en Sumer por la necesidad de llevar registros contables. En efecto, las tablillas de Uruk datadas hacia el 3.500 a. C. relacionan sacos de grano y cabezas de ganado lo que sugeriría que estamos ante fragmentos de lo que pudo ser un libro de contabilidad del templo. Paulatinamente aquella escritura se fue convirtiendo para los habitantes de Mesopotamia en una forma de conservar aspectos de la lengua hablada; se transcribían así himnos religiosos, fórmulas adivinatorias, conjuntos de leyes o mitos ancestrales; parte de la escritura se iba a convertir así en literatura. La Epopeya de Gilgames preludiaba la mitología griega y, específicamente, las hazañas de Hércules.

Hoy en día no se atribuye la invención de la escritura a una sola sociedad, pero es posible que sean derivaciones de la citada anteriormente las que finalmente cristalizaran en los signos fenicios. Otras civilizaciones también desarrollaron caracteres gráficos para plasmar la lengua hablada: Egipto, China.

Pronto la escritura se emparentó con lo sagrado y el escriba adquirió gran poder y relevancia; y de esta forma, de la escritura como registro se pasó a la escritura como plegaria, como norma (leyes) y como memoria acumulada para desembocar en la escritura como arte. Finalmente escribir era el reflejo y plasmación de la lengua hablada orientada a comprender y contemplar lo que los hombres contaban o adornaban sobre su propia historia.
Y así vemos que en sus orígenes, historia y literatura comparten un íntimo parentesco a veces difícil de deslindar por esa peculiar relación entre lo que pasó y la forma de contarlo. Según hemos visto también se podría decir lo mismo entre literatura y religión en sus diferentes manifestaciones y credos. Escrituras sagradas y primeras obras literarias. No en vano Borges calificó a la Biblia como un gran libro de ficción.

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